Y sí... Llegó el test, es una sensación rara. Automáticamente me aislé y pasé a ser para la gente “el contaminado”. Me coloqué detrás del vidrio de mi habitación a mirar al resto de los vecinos que cruzaban de vereda y tironeaban al perro que todos los días defecaba en mi árbol, pero claro era un árbol sano.
Y con esa sensación de tener adentro un monstruo con mil antenas que en cualquier momento explota y destruye el mundo, me quedé encerrado con la única ventana que me ofrecía este estadío. Son las 70 pulgadas y el control remoto que pasaron a ser mi conexión con el mundo exterior.
Los primeros días todo venía normal, hasta que comenzó la razón a sacarle lugar al miedo, a la muerte, y lo escucho al tío Alberto vociferar junto a las marionetas del canal K a los cuatro vientos que los contagiados son los culpables de la marcha del 17. Y que son los únicos responsables y los que fuimos a trabajar y los rompecuarentena. Y lo escucho nuevamente al tío decir al mediodía “no hay cuarentena” y a la tarde “hay cuarentena” y a la noche “estiramos la cuarentena”.
Realmente no entiendo nada o, mejor dicho, con el relax que me da el descanso empiezo a entender todo.
Porque también veo en directo el papelón del Senado y me dispongo a ver el papelón del Congreso. Hago memoria y sí... Es verdad que la marcha del 17 pudo haber sido un factor de contagio y no se tendría que haber hecho, pero en realidad de no haber existido un Gobierno corrupto mal intencionado, que a lo único que responde es a la Tía Porota y su banda de sinvergüenzas y delincuentes, ninguno tendríamos que haber puesto en riesgo el contagio en esa marcha.
El tío Alberto solo tiene que cumplir el mandato de sus superiores de cambiar la justicia, de hacer algo parecido a un indulto para que la Tía Porota se autodecrete inocente y pase a ser el emblema de la honestidad.
Todos lo sabemos porque ya crecimos y no nos engañan. Y el tío Alberto sabe que está lejos de ser un estadista, siquiera un presidente creíble, y en su afán de inmortalizar alguna frase para que todos digamos “que bien que estuvo” solo va y viene con un relato poco inteligente, que acomoda poniendo voz de Gepeto, aunque al único que le crece la nariz es a él.
Tío Alberto, ¿realmente no tiene vergüenza? ¿No le da pudor defender a su jefa? ¿No se le cae la cara cuando nos acusa de anticuarentena y sabe que lo único que hacemos es tratar de que no nos destruya la justicia y no nos transforme la Argentina en Argenzuela?
Tío Alberto, ¿nadie le dijo que los odiadores, según usted, no le creemos una sola palabra?
Tío Alberto, ¿nadie le dijo que al lado suyo De la Rúa peleándose con el oso Arturo es Churchill?
Tío Alberto, en su fuero más profundo, cuando nos miente, ¿no siente vergüenza? Usted que es profesor de derecho, ¿nunca se enteró que alrededor suyo hay delincuentes, que tendrían que estar presos y usted hace de cómplice?
En estos días lo he visto hablar en la fábrica Peugeot, sobre las bondades de Ford. Y también sobre el río Paraná, en un extenso discurso para explicarnos que los barcos cargados de las riquezas Argentinas iban a ir de allá para allá y otros para el otro lado y algunos para arriba, pero todos repartiendo el maná que producen los oligarcas de la tierra. Y en la fábrica de autos, de las maravillas que los empresarios miserables iban a hacer con la industria en este país que se pone de pie y arranca como potencia.
Atrás, endosa esto con volver a meternos la reforma de la justicia sin ponerse colorado y sin enterarse si los delincuentes que lo rodean no van presos. Nadie lo va a acompañar, nadie le va a tener confianza, nadie le va a creer una palabra, como hasta ahora, que en lugar de hacerse responsable por un pésimo manejo de la salud donde tenemos 10.000 infectados por día, pero cantidad de infartados, deprimidos, padres de familia que bajaron los brazos, negocios que ya no levantan las persianas, chicos sin clases. A usted, tío Alberto, solo se le ocurre pensar que la palabra del pueblo es la palabra del enemigo.
Permítame, con todo respeto, decirle que siento pena por usted, que usted trabaja para los odiadores, que a nadie le importa ni Dylan y sus cachorros, ni Spinetta en su guitarra, que sabemos que las tierras tomadas fueron tierras prometidas por algunos intendentes durante la campaña. Y le repito, todos sabemos que la estrategia es que su jefa espiritual no vaya presa.
Hay gente que lo votó a usted, no a Parrilli, no a Verbitsky no a Zaffaroni. Votaron a un tipo que dijo que nos podía dar lecciones de honestidad y, a cambio, nos dio un año de desgracia, impunidad y grieta.
Solo nos dejó como recuerdo una horrible foto que refleja lo peor de la Argentina abrazado a los Moyano.
Tío Alberto, ¿no le da vergüenza?
PD: Ya tengo el alta. El lunes regreso.