Se ha hablado en detalle de las pruebas abrumadoras del juicio conocido como Vialidad. Pero decir escuetamente que se acusa a Cristina Kirchner de ser jefa de una asociación ilícita donde la organización criminal tenía como fin sustraer dineros del estado mediante contratos viales es suficiente para delinear la gravedad del asunto. No solamente porque esos delitos se habrían consumado en el ejercicio de la presidencia de la Nación, no sólo porque constituyen el delito precedente para otras causas de lavado, sino porque la acusada es la actual vicepresidenta, y podría decirse que configuró el actual gobierno para evitar este momento: estar sentada en el banquillo.
El fiscal Diego Luciani, que viene trabajando en soledad desde hace más de dos años, llega con la convicción de cumplir su deber, pero así dicho no se le hace justicia a las extraordinarias presiones que recaen sobre su accionar cuando el poder ejecutivo a lo único que se ha dedicado en forma consistente es a atacar a la justicia y muy especialmente a quienes investigan a la señora Kirchner.
Pero su complicada situación judicial, va más allá de sus desvelos y está en el centro de los avatares políticos del país. Cuando el principal objetivo de un gobierno es garantizar la impunidad de uno de sus miembros y mantener para ese fin el poder, todo lo demás se degrada en su sentido para servir a ese otro amo, la impunidad. La mismísima selección del presidente de la Nación, fue realizada bajo la premisa de su nula construcción política y de su rol de virtual lobista judicial de la vicepresidenta. La idoneidad de Alberto Fernandez como abogado defensor de Cristina, desde el sillón de Rivadavia, fue tan deplorable como su idoneidad como presidente. Tan es así que hoy asistimos a un engendro institucional donde el presidente ha renunciado sin renunciar, y se le ha colocado una ortopedia al gobierno con un nuevo delegado en oficio, sin que haya habido ni elecciones ni asamblea. Pusieron un Duhalde, evitando que hubiera antes un De La Rúa. En lo formal el peronismo intenta preservar su reputación de gobernabilidad, en los hechos, todos los argentinos sufrimos el desgobierno. Este mes la inflación será récord en décadas que llevan a la híper.
El ascenso de Sergio Massa, es el ascenso que sus dos socios quisieron evitar. Eso pinta la magnitud de la crisis. Cuando el propio Massa sale a jactarse de que su compromiso es tal que no especulará con licencias sino que renunciará como diputado y a su cargo de Presidente de la cámara, les recuerda, sin piedad, que no necesitó de la línea de sucesión para convertirse en el virtual primer ministro. Pero también echa luz sobre la importancia de esa designación. ¿A quién pondrán en la línea presidencial?
El kirchnerismo más duro, come más raciones de sapos de las que querría por estas horas. Uno de sus consuelos es pensar que aún ante la perspectiva de una crisis mayor, está Cristina a un paso de la presidencia. Pero la historia, que suele reírse de los planes de quienes se creen superiores a ella, ofrece impiadosa una sincronía dramática, para el momento de mayor decadencia k: a la malaria, al ajuste, a la asunción inevitable de un delfín que detestan, se suma, inequívoca, la hora de la verdad. Dicen que la verdad es la madre de la historia. Y que suele ser paciente porque se toma su tiempo. Cristina Kirchner les gritó fulminante a los jueces que deberán dictar sentencia de culpable o inocente, que a ella la historia ya la había absuelto. El alegato que empieza hoy tiene para ella, el sello amargo de las ironías que hacen humildes a los poderosos. Para el país, sin embargo, el acto es de salud republicana: sin importar el poder que detente, una persona debe rendir cuentas de sus actos. Nadie está por encima de la ley. Luego se verá si es inocente o culpable, en una denuncia que se realizó cuando ella era presidenta, no como una perseguida opositora. Por lo demás, para quienes se apuraron a decir que se busca proscribir a la señora Kirchner, deberían estudiar el caso Menem. Sin sentencia firme no se vería afectada una candidatura. Hoy, más que la justicia, lo que la complica para las elecciones es que su imagen se hunde al paso de una crisis de la que no hay despegue posible, aunque Cristina busque de todas las maneras posibles salir indemne, también, de ser la madre de la criatura.
La criatura. Quizás no haya imagen más ensombrecida ni paradójica que la del Presidente de la Nación por estas horas. Repiten por estas horas que es él quien tiene aún la lapicera. Alguien la cargó de una tinta esquiva que se borra al escribirse, o simplemente es el presidente más débil y más indigno que haya conocido la democracia desde su regreso. Ninguna debilidad lo exime de sus responsabilidades y aún en la humillación de permanecer en el poder como un mero decorado, será el máximo responsable. A Alberto Fernandez, lo votó una mayoría suficiente para imponerse en primera vuelta, pero él gobernó para una sola electora. Fue un fraude para quienes lo eligieron y para cada colaborador al que le pagó fidelidad con ingratitud e intemperie. Les pasó a los gobernadores y a sus más estrechos colaboradores, algunos, de toda la vida. Será una de las preguntas más existenciales, ¿cómo un hombre en lo más alto de su hora histórica puede hundirse entre el servilismo, la sumisión y la cobardía?
Hay una anécdota de esas que esperan su tiempo para ser contadas, que devuelve una imagen anticipatoria y dramática. Se la refirió el propio Alberto Fernandez, a un actual legislador de la oposición durante una comida, en momentos en que él mismo era uno de los mayores críticos de Cristina Kirchner. Le contaba detalles de su cotidianeidad con el presidente Néstor Kirchner, que solía aparecer por sorpresa y sin tocar la puerta en la pequeña oficina de su jefe de gabinete, que tenía a tiro, para ver con quién se reunía. Cuando alguien visitaba a Fernandez en aquéllas épocas, él solía decirle: “mirá que puede aparecer Néstor”. Pero en esa otra conversación, desde el llano y lejos del poder, reveló algo más descarnado al recordar a Néstor. “Era tremendo, me espiaba por las cortinas y si se enojaba se ponía furioso”, le confió. “Hasta me tiraba un mocasín y luego me obligaba a ir a buscarlo”, le contó a su perplejo interlocutor. “¿Y vos, cómo te aguantabas eso?”, le preguntó. La respuesta, que le quedó grabada, le resuena hoy más que nunca. “Cuando llegás a ciertos lugares de poder, tenes que dejar la dignidad de lado”, respondió aparentemente pragmático, quien hoy es presidente. Sí, dejar la dignidad de lado. Hace tiempo dejó la dignidad de lado.