Cristina no concibe que el poder no sea de ella. “Vos no tenés el poder”, le dijo palabras más palabras menos, al presidente de la Nación. Convirtió la conspiración en hecho político y al desnudo: porque lo que dijo, no lo dijo cualquiera, sino quien puede suceder al presidente de cuya autoridad se mofó. Fue casi una amenaza de derrocamiento aplaudida por una facción.
La gravedad y la forma del hecho no tienen precedentes. La vicepresidenta de la Nación no sólo está atacando al hombre que ella entronizó con la intención -encubierta entonces- de que fuera un títere. La vicepresidenta amenaza a la figura constitucional del presidente y por lo tanto amenaza también a la constitución, a los términos de nuestras leyes y nuestra democracia. Que no haya dudas: de no encontrar los límites institucionales, que sigue encontrando, como el freno a su avance sobre la justicia, Cristina sería acabadamente una autócrata. Esa es su concepción de poder. Un poder sin límites. Eso es el poder para Cristina. Casi un atributo personal construido por una relación de superioridad sobre el resto y de sumisión del resto como en las monarquías absolutas, o como en Rusia.
Es curioso, porque Cristina Kirchner aisló en su discurso, los llamados atributos de poder, banda y bastón, como si existieran en un vacío. Como si fueran parte de un disfraz. Ella sabe bien que no lo son y que por lo contrario dan cuerpo simbólico a la institucionalidad, porque ella misma se negó a cedérselos a su sucesor, el entonces presidente Mauricio Macri. Por eso, este hecho adquiere una sustancia parecida. Primero, lo que Cristina termina desairando, es nuestro sistema institucional. Segundo, en el mismo acto, toma el poder como bien personal, no como investidura transitoria devenida del ritual democrático del voto y su correspondiente alternancia. Se pone por encima de la ley y las leyes. Y desde esa altura desmesurada, concibe la política y el estado. Entonces, si a Macri, decidió no legitimarlo, porque era su opositor, aquí completamos el cuadro. A Fernandez, lo usó como artificio para salvar los escollos del sistema y volver a tomar el poder para ella misma. Y funcionó así, hasta la primera disidencia más o menos seria de él, que fue el acuerdo con el FMI y que, -vale la advertencia-, aún no está completa porque hay que asegurar su cumplimiento.
En su autopercepción de poder, la señora Kirchner se siente la Cristina eterna, que esbozaron sus seguidores. La constitución liberal que nos rige, es sólo un obstáculo. Si no pudieron cambiarla, la saltean, o la pisotean. Y lo mismo pasa con su concepción del estado.
Para Cristina, su poder es superior, y el poder del estado es su extensión personal. Por eso arremete contra quienes critican su enormidad y su abuso. Porque para ella el estado no es la organización de la sociedad para su convivencia entre individuos iguales y soberanos. Para ella, el estado es superior a los individuos, casi su dueño. Para Cristina el estado no debe estar al servicio de ciudadanos independientes, sino que todos debemos estar al servicio del estado y la voluntad que lo encarna, es decir, en este caso, al servicio de ella. Pero fue mucho más allá, y hay que prestar mucha atención, porque Cristina Kirchner además de ningunear al presidente de la nación propuso un cambio de sistema en su discurso y convirtió a los sucesos de la pandemia -donde se expandió el rol del estado ante la emergencia-, como evidencia histórica de la necesidad de un estado con poder total que someta al ámbito privado. Y esa nueva “ingeniería institucional” que ella propone, que recuerda a los más rancios totalitarismos, es lo que todos los días su gobierno intenta forzar, por sobre las leyes, avanzando con impuestos confiscatorios, intervencionismo, y tomas de tierras y recursos en forma solapada, estresando las instituciones y su normativa. La ingeniería que Cristina propone, no es abstracta, sus funcionarios, intentan imponerla arbitrariamente día tras día. Y ahora, se entiende en cuántos sentidos, la pandemia, para ella, funcionó como el laboratorio de una autocracia.
En ese estado soñado por Cristina, donde no existen los contralores, y el individuo como tal es absorbido por la idea de lo colectivo, no sería concebible que un ciudadano exprese su rebelión contra el avasallamiento de sus derechos de propiedad ni mucho menos una crítica a una política económica depredadora de un estado parasito. Quizás por eso, la vicepresidenta no dijo una palabra de la inflación más alta en veinte años que sería anunciada sólo horas después, y que fue provocada por sus políticas populistas.
La síntesis que proporciona el discurso de Cristina Kirchner en el CCK, es explícita y reveladora de la matriz autoritaria del kirchnerismo. Representantes parlamentarios de Europa vieron a la facción K aplaudir de pie la invasión rusa mientras su continente intenta detener el asedio de un tirano y se acumula evidencia de sus crímenes de guerra en Ucrania. Un grupo de eurodiputados lo llamó en una carta de rechazo, “espectáculo bochornoso” con “finalidad partidista”.
Cristina no dejó dudas. No sólo Argentina aparece al lado de Rusia, segunda luego de ese país, en el podio mundial de inflación. A ella le encantaría que esto fuera una autocracia, como la de Vladimir Putin.