El presidente volvió al registro de lo grotesco, de lo que mueve –lamentablemente- a risa, burla o perplejidad. Desencajado y gritón, apuesta a sobreactuaciones de todo tipo para tapar las miserias de la realidad que supo conseguir, y la anemia política de su propio poder que ya redunda en un verdadero desbande.
Un presidente a quien nadie le cree, sólo cuenta con simular que él cree en algo, pero como también él es un mar de contradicciones, lo que ofrece es un menú de simulaciones que terminan siendo todo lo contrario de lo que busca.
Como afirma el doctor Nelson Castro, el presidente se ha vuelto una caricatura: esos dibujos que exageran trazos marcados de la realidad. En el caso de él, buscar remarcar o magnificar lo que no es, según le convenga. Necesita ser muy ampuloso, para suplantar su propio vacío de poder, con mímica de poder.
En estos días, eligió sin que nadie se lo pidiera, la partitura del kirchnerismo rancio. Primero, abrevó en la construcción del enemigo, una técnica conocida de los fundadores de la grieta. Gritar fuerte que la derecha es maldita, y hacer flamear el espanto para unir la tropa, intentando de paso cañazo, ocultar que con quien no se habla hace tres meses, que con quien realmente no concilia, es con su vicepresidenta.
La otra táctica vintage de las arcas del relato, fue intentar convencer que los otros son culpables de lo mismo que se los acusa a ellos, como si el emparejamiento hiciera menos graves las faltas. Cuando reaparecieron en escena los cuadernos de la corrupción y cuando se viene el alegato por la llamada causa madre, la de la obra pública, nada como instalar que sus adversarios son ladrones de guante blanco.
Decir que ladrones son los otros por si la justicia llegara a decir que ladrones son ellos. Y que Anibal lo repita.
El problema es que lo que dice el Presidente, aunque le hagan eco y repetidoras, tiene la consistencia de la espuma, que se infla se infla se infla y en un ratito se desvanece sin sustento porque además de la levedad, está dicho a destiempo, sin efecto concreto, sin nadie que se lo festeje, y porque encima, se le vuelve como boomerang. Ni la oposición toma ya el tenor de sus ofensas. Así le respondía uno de los aludidos, el ex ministro de Transporte, Guillermo Dietrich
Esta falta de credibilidad de Alberto Fernandez, está en el núcleo de su necesidad de vociferar, ordenar, levantar el dedo, e intentar instalar lo que dice como si amenazara. Al acting de lo ridículo le agrega la infaltable bravuconada de la veta autoritaria.
Pero sobre todo, volvió con tutti, un artefacto gastado, que difícilmente tenga algún efecto entre quienes padecen los crudos embates de la malaria y ven subir los precios en ascensor mientras se les mueve la escalera: el “Ah pero Macri…”. Subir al ring al ex presidente, a tres años de gobierno, termina siendo una admisión de que las cosas están como cuando arrancaron. Y ese es el problema, que este gobierno nunca arrancó, sólo cavó más la zanja y hace bicicleta en el pantano. Por eso el recurso, termina teniendo una consecuencia no deseada: como todo sacado, un presidente sacado, sólo modera a su oponente.
No podía faltarle a este disfraz del tren fantasma, un revival ideológico de peleas con Washington y defensa de regímenes impresentables. La iniciativa de una contracumbre de las Americas en los Estados Unidos, para incluir a las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, ya no asombra. Pero debe haber dejado con el relojito de pensando a más de uno en lo que queda del albertismo, por apelar al menú nestorista de las épocas del ALCA, al carajo, cuando no es precisamente inocuo y se necesita mucho pero mucho del país del norte. Es que no entienden que allí, en el norte, el presidente no se calla...
Dicen que el hombre es amo de sus silencios y esclavo de sus palabras. En el final de la historia, luego de tanta escena de Costa Pobre, Alberto Fernandez habló con el Presidente norteamericano, irá a la Cumbre de las Américas, no habrá Contracumbre, y hasta tendrá un encuentro a solas con Joseph Biden. Quizás le diga que 8% de inflación en Estados Unidos es un lujo y que acá coqueteamos con las tres cifras si nos dejan. Todo esto pasó en unos pocos días. Así terminó la bravata de “No me callo en el norte”. ¿Nadie le avisa al Presidente que queda mal? ¿Nadie le dice que se nota mucho el desvarío? En realidad, en esta dinámica, no parece importar, porque ante cualquier cosa que se diga, o se critique, aparece el otro gran recurso, uno de los más característicos, el sello sinfónico de los populismos autoritarios: culpar a la prensa. A poco del día del periodista, el presidente acusó a los medios de intoxicar la cabeza de los argentinos
Vaya a saber a qué argentinos exitosos se refería el presidente. El que mencionan los medios por estas horas es Messi. Y nadie parece estar enojado con su éxito. Ya parece berreta querer congratularse con los que la pasan mal espoleando el resentimiento contra alguno al que le fue un poco mejor, pero eso también está en la receta.
En cuanto a la prensa, hay que ser descarado para defender la gestión de la pandemia, cuando la gente tiene viva en la memoria la fiesta de Olivos con su impunidad comprada en cuotas, el vacunatorio vip, y la runfla ideológica de las vacunas chinas y rusas.
A veces al que inventa, se le olvida que la verdad anda campante y sin esfuerzo como elefante en el bazar del relato, de ese que salió el menu salió completito: fustigar a Estados Unidos, pegarle a la oposición, en especial a Macri, y matar al mensajero. Ahora sí van a aceptarlo los kirchneristas como su líder indiscutido, heredero de Néstor, Cristina, Evita y Perón. ¿Ah no? Bueno, calma. Si no les gustan estas ideas, seguro, seguro, que el presidente tiene otras.