Es paradójico. La persona con poder, que más explícito apoyo le dio a la ministra Silvina Batakis desde que asumió en Economía, es la titular del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva. Eso nos hace volver al problema principal del gobierno. No se hacen cargo de la adversidad que generaron ellos mismos.
La ministra asumió advirtiendo sobre la necesidad de un ajuste, pero fue una voz en el desierto. Ni el presidente, ni Cristina Kirchner le dieron respaldo público contundente, y esa soledad se leyó en los mercados como lo que es: la falta de voluntad política para ordenar los números de un gobierno para el que gobernar es gastar y emitir sin control.
Es de suponer que Silvina Batakis no bajaría el discurso fiscalista que todos le escuchamos y que habría tronado en el gabinete sin algo de respaldo. Pero estamos ante un gobierno que insólitamente, se esconde en las bambabalinas para que parezca que no son ellos los que ordenan el ajuste que anuncia su ministra. Esa soledad política es en los hechos vacío político y es lo que en gran parte alimentó la corrida además de la falta de plata, que es la madre del borrego, porque se la patinaron toda.
Los argentinos atestiguaron con escalofríos la escalada del dólar y la falta de reacción, presencia, medidas y decisión de un gobierno que no pudo, no quiso o no supo parar la corrida. La sensación de desgobierno, de que no hay nadie en control, de que no se hacen cargo no es gratis. De hecho, no fue gratis porque somos todos más pobres después de estos días. El apoyo de Kristalina Georgieva a Silvina Batakis es el apoyo al ajuste inevitable cuando se ha llegado al límite del incumplimiento del acuerdo. Ya casi no hay margen para emitir, no hay qué gastar y no queda ni el mercado en pesos para financiar el estado. Pero ¿qué puede lograr Batakis si las autoridades políticas no se ponen de acuerdo en llevar adelante las medidas que frenarían la sangría?. Hemos visto a lo largo de estos días cómo le pusieron curitas a una herida sangrante. Lo de los dólares a los turistas o los anuncios de congelamientos de contrataciones en el estado sonaron a poco y envueltos por contradicciones.
Encima, en este contexto, no tienen mejor idea que mandar a los piqueteros a la Rural el día de su inauguración oficial. El presidente y la vice son responsables de lo que pase con los piqueteros que mandan a chocar con el campo. Para la provocación no tienen titubeos. Realmente es una notable irresponsabilidad llevar el conflicto a la calle. No sólo porque el presidente eligió demonizar al campo en vez de negociar con el sector y esto ya predispone mal los ánimos, sino porque pueden terminar enfrentándose entre ellos. Los movimientos sociales k que responden al presidente y que están liderados por funcionarios del gobierno son los que anunciaron que marcharán. Si también lo hacen como analizan, agrupaciones como la Ctep que responde a Grabois y reclama el salario universal que defendió Cristina y el kirchnerismo duro, estarían encontrándose dos brazos callejeros de la interna oficial. ¿Realmente no pensaron eso? No es novedad que el oficialismo busque reemplazar con retórica inflamada la falta de buenas noticias. Aunque Juliana Di Tulio mandando la policía a las cuevas haya sonado como manotazo de ahogado autoritario en medio de la falta de resultados, el mensaje de fondo es violento. Sólo salió a apoyarla abiertamente Amado Boudou. En fin.
En estas horas, por enésima vez vuelve a sonar el nombre de Sergio Massa, como el hombre que puede estabilizar al gobierno y tomar las medidas necesarias. ¿Qué lo frenó hasta ahora si tenía la posta? Aunque a los resultados a que verlos, hasta ahora lo frenó la propia desconfianza de sus socios. No sólo la vicepresidenta duda de su ambición y teme que sea capaz de volverse en su contra como ya hizo antes. En su fuero interno, Alberto Fernandez sabe que aceptar su ingreso como gran corregidor es asumir su fracaso, y exponer del todo su rendición.
Pero al fin y al cabo, vuelve a ocurrir lo mismo que frente a los discursos de Batakis pidiendo reducir el gasto. El presidente y la vicepresidenta están escondidos. En cuanto a ella, el control remoto, manejar el poder detrás de las cortinas o a puro veto, ya no le alcanza para despegarse. En el caso de él, últimamente sólo se sabe de sus llantos o de sus bravatas públicas que luego no llevan a ningún lado. Los extremos emocionales no son signos de templanza ni de equilibrio en un líder. Mucho menos de horizonte.
La pregunta del millón sigue siendo la misma. ¿La dejarán a Batakis, o a Massa o a quien sea realizar el ajuste o querrán volver a simular el envión de un ajuste como hicieron con Guzman mientras no lo dejaban hacer nada? Esa es la madre de todas las tentaciones, pero con un agravante no menor: se acabó la plata. El gran temor ante medidas antipáticas es que encima, el tiempo apremia: todo lo que hagan no impacta sólo en el presente sino en las chances electorales futuras. Y todos quieren salvarse, aunque hociquen el precipicio.
Es curioso, la negación de la realidad que alimentaron siempre a puro relato también necesita ser financiada. Si no hay nada que repartir, billetera mata relato. Sólo queda la ineficiencia al descubierto y un estilo de gobierno que podría reducirse a gastar a mansalva aunque sea a costa de afectar a la producción. El extremo de eso es lo que estamos viviendo: una economía al borde de no poder funcionar porque la consumieron. Y aún falta el indicador que le pondrá números durísimos al drama. El próximo índice de inflación reflejará el desastre que hicieron este mes. Juan José Llach acuñó el término “megainflación”, que no existe en otras latitudes porque es muy raro llegar a casi el 100 % anual.
Produjeron la crisis, y cuando se desató con todas sus fuerzas con la renuncia de Guzmán, la profundizaron. Fue el día del cumpleaños de Perón, -¿se acuerdan?- cuando Cristina Kirchner lo evocaba diciendo que en el caso de los políticos no hay que mirar tanto lo que dicen o lo que escriben, sino lo que hacen. En eso está el pueblo argentino: contempla atónito a un gobierno que no sabe qué hacer, que no se pone de acuerdo en qué hacer o que directamente no hace nada.