Cuando un empresario de primera línea responde con las mismas preocupaciones que un ciudadano de a pie, hay que prestar atención. Las coincidencias sobre los problemas del país son siempre una oportunidad. Eduardo Constantini, referente inmobiliario top del mercado, planteó la inflación como principal preocupación, lo mismo que diría cualquier argentino con ingresos promedio. Pero no se refirió a ninguna cuestión económica como traba sino a un problema netamente político: “la dirigencia política no está a la altura, están mirando para otro lado por la interna y los egos”. O sea, el principal problema económico es político. Cuando el empresario responde sobre cuál es la solución de ese problema remarca que no es necesario ningún milagro sino tener un país ordenado. En la Argentina que vivimos ese orden se parece mucho a un milagro. El desorden para el empresario viene de la imposibilidad de solucionar problemas de fondo si el estado sigue gastando más de lo que ingresa. Pero plantea también que la política ha esquivado de todas las maneras posibles enfrentar esta cuestión, es decir hacer un ajuste, porque es difícil plantearlo ante la sociedad y poder gobernar.
Esa posibilidad falló también en el gobierno de Macri que apostaba al crecimiento para ordenar las finanzas y el postergar las reformas en los primeros años hizo que la vulnerabilidad fiscal estallara a mitad de mandato. Aunque peor es la situación del kirchnerismo que ya en su cuarto gobierno desandó los pocos avances en ese sentido y volvió a profundizar el déficit convirtiéndose en una máquina de emitir dinero cuyas consecuencias ya no son un misterio para nadie. Constantini plantea que por eso mismo la falta de acuerdo es mucho peor en el gobierno donde en medio de la emergencia los dos pilotos se están peleando.
La metáfora de un avión cruzando una tormenta y dos pilotos peleándose en la cabina también es lo que percibe la calle y lleva a una conclusión tan básica como desesperada: da miedo la tormenta, y más miedo da que las autoridades estén en otra cosa. En síntesis nadie sabe cómo se llegará así a destino. Ni a qué destino.
¿Cuál es esa “otra cosa” en la que está el poder? En su lucha por quedarse ahí en vez de atender los problemas de fondo que socavan en forma acelerada ahora las penurias de la gente y ya no hay parche que alcance. Esa sensación de desazón e incertidumbre es también la que reflejan las encuestas.
Qué puede deparar entonces en medio de la emergencia un gobierno con dos cabezas trabado por sus propios bloqueos mientras la situación empeora. Y aquí aparece otro fenómeno muy curioso, esa preocupación, esa angustia, hace inútil a la grieta como plafón de la discusión política. Hasta ahora había parecido suficiente para aglutinar a los votantes, exaltar la pertenencia y las diferencias frente a la contraparte. Ahora, ante preocupaciones tan extendidas por la inflación descontrolada, aparece el reclamo por la solución real y no se aplaca con el mero ejercicio de apuntar contra el lado opuesto. La encuesta de Poliarquia, que reflejó la imagen favorable de la gestión de gobierno hundida en apenas un 20 % y la imagen negativa de Cristina Kirchner en el punto más alto de su carrera revela que la construcción del enemigo ya no les alcanza y revela también una discordia aún más grave. A pesar de la espantosa consideración pública, el gobierno, reincide en políticas que fallan y sigue enfrascado en su propia guerra.
Sólo basta observar que en el Congreso la agenda es la agenda de los problemas de Cristina y no de los problemas de la gente. En vez de tratar y solucionar la ley de alquileres siguen las escaramuzas por el Consejo de la Magistratura que le preocupa a la vicepresidenta porque esencialmente le preocupan sus problemas judiciales. Este ensimismamiento no es ajeno a la gente común y también consume sus propias bases medias.
En la oposición los ruidos tempranos por las candidaturas o por el matiz ideológico también empiezan a producir incertidumbre y ponen en peligro las discusiones sobre cómo gobernar en pos de la lucha por los espacios internos de poder. ¿Cuánto les importa en este sentido interpretar a la sociedad? ¿Están dispuestos a hacerlo?
Es curioso, el mismo día en que Cristina Kirchner eligió a Alberto Fernandez como su candidato, hace ya tres años, señaló la necesidad de una coalición amplia que hiciera posible los consensos para gobernar. Y es ella misma hoy la experta en demoliciones que le quitó toda gobernabilidad a su propio gobierno y hoy sólo propone salidas más radicalizadas que asustan. En los hechos sólo aplicaron las mismas políticas que no solucionaron los problemas y que por el contrario los profundizaron. Y a tres años casi, lo que se ve en el poder son dos facciones en pugna que consumidas por su guerra no tienen un rumbo común que ofrecer y en vez de avanzar, chocan en el mismo lugar con medidas que muestran la contradicción entre uno y otro.
En medio del desaguisado, el presidente ofende a la sociedad buscando zafar con dinero de faltas imperdonables durante la cuarentena como si no tuviera ni siquiera arrepentimiento.
La pregunta que tortura a cualquier argentino es en este contexto cómo será el año y medio de gobierno que resta y en medio de tanta fragilidad se vuelve imprevisible el futuro cercano, pero también la incidencia de cualquier factor de tensión que pueda desmadrarse. En la calle crece el conflicto social y la angustia se refleja en toda su emergencia en el problema de la inflación que aumenta minuto a minuto la pobreza.
Lo que sintetiza el drama es la incapacidad de la política para dar una respuesta eficiente. Y aquí viene el gran dilema. Cuando termine este gobierno tampoco habrá espacio para postergar el problema, como no lo hay ahora. Lo reflejó con una frase el jefe de gobierno porteño: “No tendremos 100 días, tendremos 100 horas”. Si la oposición malogra su unidad perderá la oportunidad histórica de gobernar con un congreso a favor.
Dicen que cuando se está en lo más profundo del pozo, lo importante antes de ver cómo salir, es dejar de cavar. Hoy la sociedad argentina en forma transversal parece ser más consciente que sus dirigentes de las adversidades. Está demandando un cambio y está generando un consenso. Interpretar ese cambio y aprovechar ese consenso parece ser la llave del futuro, o sólo restarán nuevas oportunidades perdidas y más, mucha más decadencia.