Fue el peor día de Cristina: la Corte no frenó el juicio que puede llevarla presa. A pesar de feroces presiones el fiscal Diego Luciani podrá realizar el alegato que la vicepresidenta quiso evitar a toda costa. Porque sabe de la solidez de la causa, y porque sabe y teme de la independencia del fiscal.
La historia de las presiones no sólo tiene que ver con los últimos fuegos artificiales de proyectos sin sustento para ampliar la Corte a una especie de consorcio de los gobernadores que son grandes interesados de que si es posible no se los investigue nunca. La verdadera historia de las presiones para que el juicio de Vialidad no viera la luz blanca de la sala del Tribunal Oral comenzó en realidad antes incluso de que Alberto Fernandez fuera designado candidato presidencial por el Frente de Todos el día de la escarapela de 2019, y con una gestión en la que actuó como virtual abogado defensor de Cristina o su lobbysta judicial personalizado y que para algunos, aunque el intento fue vano, le dio pergaminos para su designación.
La historia del intento de frenar el Juicio de la Causa Vialidad tiene la fecha de un oficio judicial de la Corte que sorprendió a todos. Si uno lo repasa, es tan intrascendente en su texto y tan burocrático en su diligencia que parece inofensivo y gris como los miles de oficios que surcan los pasillos de tribunales todos los días. Ni siquiera tiene la firma de los supremos. Porque no era necesaria, según informaban los leguleyos. Es más, contaba con menos caracteres que un tuit. Apenas 110 caracteres con espacios que apenas se veían en una hoja A4. Y sin embargo era una bomba judicial. El oficio con fecha 14 de Mayo de 2019, decía así: “Por disposición del Tribunal, solicítense los autos principales con carácter de urgente”. Arriba a la izquierda, señalaba con los números de expediente el material que era pedido con tanta premura. Era la causa Vialidad. La Corte la reclamaba cuando faltaban apenas siete días para el inicio del juicio y podía significar solamente una cosa: el sueño no de los justos, sino de los injustos, para el expediente más sólido contra Cristina Kirchner acusada de ser presunta jefa de una asociación ilícita y por fraude al estado por 51 contratos sistemáticamente direccionados al empresario Lázaro Baez por un monto de 46 mil millones de pesos que actualizados serían 3500 millones de dólares, casi lo mismo o un poco más que las reservas realmente disponibles del Banco Central.
Las fuentes informaban que había existido una reunión de acuerdo, que para el pedido del expediente Vialidad no era necesario el voto de los magistrados sino el reclamo verbal de al menos dos miembros. La entonces presidencia de la Corte hacia perjurar que no había ningún intento de retrasar la causa y que en cambio se intentaban frenar nulidades para que no se cayera. Pero desde los muros más secretos del máximo tribunal también se escuchaban voces de advertencia. La disidencia entonces del juez Carlos Rosenkrantz, y que la extraña trama del pase de manos se hiciera pública evitó que se frenara, vaya a saber hasta cuando, lo que tres inviernos después, está a punto de ocurrir. Un fiscal que no cambió con los vaivenes políticos, está a punto de formular su acusación.
¿Fue aquélla oscura y riesgosa gestión en las penumbras de tribunales la que le valió a Alberto Fernandez su designación como candidato a presidente? ¿Ese fue el sello de un pacto que no pudo cumplir? ¿El de garantizarle a Cristina que volver al poder fuera ganar impunidad? Era la época en que Alberto Fernandez hablaba maravillas de los miembros de la Corte. Y se llevaba muy bien con Ricardo Lorenzetti, de los cuatro, el más cercano al gobierno, incluso hoy. Todas estas serán preguntas que quedarán para la historia, pero quizás explican varios enojos. No sólo el de ella con su delfín, al que cuando puede, humilla, desautoriza y descalifica, aunque sea el presidente de la nación. Sino también con el que hizo tronar las paredes del Tribunal Federal Oral 2 que la juzga, cuando acababan de asumir el poder. Envalentonada, habiendo regresado cuando todos decían que no volvían más, Cristina vociferó ante los jueces que deben juzgarla, que, a ella, la historia ya la había absuelto.
Ese 2 de diciembre de 2019 Cristina parafraseó a Fidel Castro con su frase “La historia me absolverá”. Ocho días después, asumiría como vicepresidenta junto al Presidente Alberto Fernandez. Nada podía salir mal. En esa exposición, en la que se la vió sacada, enfurecida como nunca, habló de todo lo que normalmente calla. Dijo que no era amiga de Lázaro Báez y que el caso ya había sido juzgado en Santa Cruz. Uno de los puntos, justamente que la Corte no admitió al rechazar los planteos de su defensa. Porque ese juicio, que se resolvió rapidísimo en la Patagonia, no era contra ella, como sí es este. También se explayó en su idea de persecución política a pesar de que la denuncia se había producido en el año 2008 cuando ella no era opositora sino presidente de la Nación.
Para explicar el concepto de lo que sigue viene muy bien otra vieja historia. Ahora que el presidente despunta el arte del furcio tan seguido, vale que haya traído a escena en una insólita confusión, a Garganta Profunda.
La siguiente anécdota, tiene que ver con la legendaria investigación del Watergate, en la que la fuente principal del caso, un espía del FBI cuya identidad se mantuvo oculta por décadas, fue apodado como una famosa película porno del momento: Garganta Profunda. El caso, que revelaba espionaje en los cuarteles del Partido Demócrata terminaría con la renuncia del Presidente de los Estados Unidos Richard Nixon. Sin embargo, fue sólo tres años después que también un trabajo periodístico, develaría lo impensado. El popular periodista británico, David Frost, conocido por su excentricidad y rimbombantes entrevistas, había conseguido una nota con Nixon. No lograba instalar el material en los Estados Unidos porque había acordado una práctica polémica e inaceptable para los standares americanos, como era pagarle un cachet a su reporteado. El entonces caído en desgracia Nixon, buscaba restaurar su reputación y vender un libro con sus memorias para lo cual la editorial le había recomendado concender la entrevista. No imaginaba que, en esas cuatro conversaciones, no habría concesiones sino un exhaustivo interrogatorio que iba a llevarlo a una definición que quedará en la historia. Ocurrió en la tercera de esas sesiones realizadas en el verano de 1977. Consultado por Frost acerca de si en algún caso el presidente podía hacer algo inclusive ilegal si fuera por el bien del país, Nixon respondió convencido: “Si el presidente lo hace no es ilegal”. ¿Si el presidente lo hace no es ilegal? La frase fue un escándalo. El ya ex presidente confesaba que se sentía por encima de la ley. Este y otros tramos de la entrevista llevaron a que por primera vez luego del escándalo que lo había eyectado de la Casa Blanca, Nixon pidiera perdón a los norteamericanos.
¿Qué tiene que ver esto con la decisión tomada por la Corte sobre la causa Vialidad? En síntesis, lo que al Corte dijo es que no hay gravedad institucional porque se juzgue a una determinada persona, que en este caso es Cristina Kirchner. Que no hay más iguales que otros de cara a los juicios. Que fallan sobre sentencias no sobre procesos. Que ni los presidentes ni nadie, están por encima de la ley.
En estos días la vicepresidenta habló sobre Manuel Belgrano, que lejos de causas por corrupción, y lejos de cualquier fortuna, murió en la miseria. El 20 de junio también se refirió a él un sacerdote de Santa Fe. El presbítero Sergio Capocetti hizo una interpretación muy distinta de lo que pensaría el creador de la Bandera en este presente de la Republica Argentina.