La interna llegó demasiado lejos. Tanto, que se convirtió en una trampa. El daño de un misil teledirigido de Cristina Kirchner contra Alberto Fernández terminó desparramando sus esquirlas para todos lados, y para ella también. Puede leerse que la vicepresidenta logró sus fines de eyectar a Matias Kulfas del gobierno dejando al presidente aún más cercado y obligado a sobreactuar lealtad máxima como primer reflejo de un terror que no sabemos bien a qué responde pero que es grande.
Pero también el drama de poder descarnado que se desenvolvió ante los ojos de los argentinos puede verse como una inédita confesión. Sí, confesión.
En el acto por los cien años de YPF, que era escenario del reencuentro de la fórmula presidencial luego de tres meses, la señora Kirchner dijo algo que no dimensionó en su magnitud. Ella que calcula a la perfección, sobre todo para proteger sus posiciones como sea, aunque eso dañe a su propio gobierno, dejó traslucir, con términos sugestivos y que emanaban sospechas, relaciones al menos indebidas o demasiado amigables, entre el presidente y la empresa más importante del país.
“Si los preferimos”, admite Cristina remarcando que Alberto a quien nombra dos veces sabe de qué le habla. Se supone que en las licitaciones alguien gana, no que hay preferidos. ¿No pensó en ese momento la vicepresidenta que, si ella evidenciaba conocer algo más que no denunció, no sólo perjudicaba a su presidente puesto a dedo? Ahí mismo, delante de todos, empezaban a tirarse con un gasoducto por la cabeza. En torno de este tema es que Cristina Kirchner le pedía a Alberto Fernández que usara la lapicera.
Alberto Fernández, que pospuso el discurso que había preparado, casi al final de su improvisada alocución, le puso nombre a la empresa de la que hablaba su vicepresidenta y a ella, le contestó
Pocos ven hasta el final los actos, pero quien siga el video, observará que ni siquiera se dieron un beso o un abrazo y que un gesto despectivo de despedida por parte de ella coronó la esgrima oculta en la que se habían batido. Nadie podía imaginar lo que venía después.
¿Qué punto sensible había tocado Cristina Kirchner para que el Ministro de la Producción Matias Kulfas acusara de corrupción abiertamente a la gente de la Cámpora que responde a ella y hablara de una licitación a medida de Techint? Dicen que a Cristina le molestó que usara un off the record, pero primero lo había anticipado en On, en una radio
Kulfas no sólo señaló en off a “la gente muy cercana de Cristina” por la licitación a medida, sino también en On. Lo grave de su acusación fue que, si eso hubiera sido así, implicando un hecho de corrupción, él debería haberlo denunciado.
Lo curioso, es que Cristina Kirchner y Matias Kulfas estuvieron de acuerdo. Ambos coincidieron en que se había cerrado con “preferencias” o “a medida” una licitación, algo gravísimo, concretamente, que puede configurar un delito, manifiesto y confeso. Sólo en una cosa difieren. En quién es el responsable. Que uno acusó al otro. Pero que siendo el mismo gobierno, de última terminarían siendo cómplices, sea cual fuere la verdad. Por eso tronó el escarmiento. Todos habían ido demasiado lejos.
Sólo días atrás el Presidente había hablado de los ladrones de guante blanco...
Ahora, ¿dónde están los ladrones? El insólito manto de sospecha que echaron ellos mismos sobre sí mismos, no tiene antecedentes. Si fue torpeza, furia descontrolada, o simplemente estas prácticas son tan frecuentes que en el fragor de la interna olvidan que son delictivas y las dejan en evidencia, no se sabe. Sí está claro, que el presidente avizoró consecuencias aterradoras, a tal punto, que echó o le aceptó la renuncia sin titubeos al hombre quizás más fiel genéticamente a su historia como inesperado candidato a presidente. El que incluso no había rendido pretensiones de reelección para el primer mandatario.
Pero el drama sigue en desarrollo. Como cuando se ofende la ira divina, y los temerosos empiezan a ofrecer sacrificios a los dioses, ahora el presidente se apura a presentar un proyecto con nuevos impuestos, el de renta inesperada, junto al ministro de economía, Martín Guzmán, cuya cabeza también pidió abiertamente el cristinismo.
Hay cosas que sólo ellos saben, sobre los intereses que se esconden en un negocio que según palabras de Cristina podría reportarle al país 33 mil millones de dólares de divisas anuales procedentes de las exportaciones de Vaca Muerta. Pero las sospechas que quedaron en la mesa son suficientes para que la oposición haya pedido una comisión de seguimiento y más grave aún, que se investigue la licitación del gasoducto. La diputada Graciela Ocaña denunciará al presidente de Enarsa, Agustín Gerez, el funcionario de la Cámpora a cargo del tema, el que según Kulfas, responde a Cristina.
No fue una cámara oculta, no fue la investigación de un periodista, no fue un inesperado cuaderno, o una denuncia anónima. Se denunciaron entre ellos por corrupción, delante de todos los argentinos. A confesión de parte, relevo de pruebas. No se sabe si el gasoducto Nestor Kirchner, obra insigne de este gobierno, se terminará el año que viene, pero las tuberías aún en proyecto, dejan oir oscuros rumores que hoy hacen temblar al gobierno. Algo huele mal en Argentina.