Tendemos a ver al éxito como un proceso de mérito individual. Nos presentamos en nuestras cabezas una narrativa cercana a la concepción clásica de la cultura anglosajona "self-made man" u hombre que se hizo solo a sí mismo.
Este concepto se hizo carne en biografías idílicas, en las cuales hombres o mujeres se enfrentaban solos a la más dura adversidad; sin amigos, familia, ni un Estado que los socorriera y que, por alguna mágica situación heroica, lograban triunfar; porque en esa narrativa, al que estaba dispuesto a trabajar duro se le abrían innumerables oportunidades, limitadas únicamente por el calibre de su impulso y ambición.
Estas historias se olvidan que la constitución del ser y la idea misma del éxito que cada uno desarrolla no es más que una introyección del exterior, que se construye en función de los consumos culturales propios de la época y el entorno.
En verdad el éxito es una trayectoria social. Las circunstancias en las que estamos inmersos son claves y, como yo lo veo, no es tan plena esa felicidad si no logramos compartirla, porque las cosas se resignifican en la vida cuando uno encuentra otros con quien caminar.
Vayamos al primer punto, ese contexto social que nos moldea: somos un país con mucha gente que individualmente ha logrado ser exitosa, pero que nos cuesta enormemente lograr de manera sostenida el éxito colectivo. El riesgo que se nos presenta frente al fracaso constante es agotar el affectio societatis que nos permitió generar el contexto social propicio para que las experiencias personales logren desarrollarse.
No es posible alcanzar la plenitud cultural en medio de la desposesión y el abandono. Si hoy tenemos seis pibes de cada diez que en quinto grado no saben leer y escribir, si la mitad de ellos no terminan el secundario, resulta inevitable pensar un futuro en donde la violencia y la inseguridad nos afecte a todos y dinamite la calidad de vida del conjunto, porque este fracaso colectivo genera una enorme frustración, y de ese sentimiento deviene el enojo, la furia.
Para evitar ese escenario dantesco debemos tener siempre presente a la ética de la solidaridad; tener una disposición moral ante cualquier persona en condición de vulnerabilidad y construir una mirada de la sociedad como un sistema de cooperación, en el que no se puede tener éxito sin la solidaridad de los participantes.
Un ciudadano ético es aquel que puede ver que existe otro que esta sufriendo, empatizar con su circunstancia y sentirlo como una responsabilidad propia, en ese sentido la maldad, no es un ejercicio cruel sobre el otro, es también la indiferencia, porque ese desapego por el vecino es una forma de inmoralidad y malevolencia.
No podemos esperar que otro haga el trabajo, no existe ningún Estado capaz de llegar a todos los rincones, ni a todas las particularidades. Es una obligación irrenunciable de cada uno de nosotros involucrarse en lo que pasa a nuestro lado. Si presenciás un delito: denuncialo. Si encontrás una persona con hambre: acercale un plato de comida. Si alguien tiene frio: llevale un abrigo. Si ves que un adulto incomoda a un menor: señalalo, intervení, ¡DENUNCIALO!
¡Sos vos! No mires para el costado. Como diría Mario Benedetti: "No reserves del mundo solo un rincón tranquilo, no dejes caer los párpados pesados como juicios, no te quedes sin labios, no te duermas sin sueño". Vibrá con la injusticia, porque solo esa pasión irrefrenable hará que tu paisaje sea más vivible y tené amigos de todos los estratos sociales, porque la relación interclase es la forma en la que nuestra sociedad humaniza al que está en otra clase social y tiende puentes de solidaridad que jalonan el crecimiento individual, impidiendo que se asfixien la empatía y la imaginación.
Ya en un exceso de confianza te imploro: intenta garantizar, desde tu lugar, que todo el mundo pueda desarrollar su propio modelo de vida con libertad. Eso tiene que ser parte constitutiva de una arquitectura social y nuestro desafío principal. En definitiva, el éxito del conjunto requiere de un continuo esfuerzo de involucramiento ciudadano invisible.
Después de un largo primer punto, vamos al segundo, y no te molesto más, procurá siempre dos cosas: ser agradecido con quien te ayudo en el camino y tené siempre a mano un amigo o un amor con quien brindar, porque no existe nada más agridulce que el sabor del triunfo en soledad.
Escrito por Alexis Chaves