La foto de Cristina en cambio, es una donde sólo quedan fanáticos en un cuadro en el que ella aparece de tanto en tanto o se guarda en el misterio. Aquel dia de la escarapela hace tres años, ella decía que la situación ya era peor que en 2001. Si entonces era peor, qué queda para decir de ahora. Cristina Kirchner fracasó, Alberto Fernandez fracasó, y hundieron a Argentina en su fracaso. Hicieron creer que venían al poder para sacar al país de la crisis, pero sólo subieron para salvarse. Los problemas del país siguen posponiéndose en pos de las necesidades judiciales de ella, y de supervivencia por flotación de él. En un sondeo de poliarquía que se conoció en estas horas, la imagen de ella es la peor de su carrera política con una negativa de 60% y la de la gestión de él, apenas alcanza una percepción favorable del 20%. La foto que los condena, sin duda, la sacaron ellos.
Miércoles, 18 Mayo 2022 10:08
"A 3 años de que Cristina anunciara a Alberto como su candidato, el fracaso del gobierno de ambos"
Volvé a escuchar el comentario editorial de hoy de Cristina Pérez.
El país se prepara para una foto. Algunos utilizan esa metáfora para hablar del censo y los datos que arroja. Es una foto duradera que quizás se parezca más a una pintura, por la profundidad de sus trazos. O a un espejo por las herramientas de auto conocimiento que nos dará como sociedad. Será como una selfie colectiva. Los censos están imbuidos de largo plazo, porque en base a sus datos se proyectan cientos de otros datos, y sobre todo políticas públicas. El tiempo entre este censo y el anterior hace doce años, parece albergar una constante y una paradoja: el país creció y no creció. Creció demográficamente pero no creció económicamente y sigue entrampado en muchos de los mismos problemas que tenía hace doce años, aunque probablemente arroje unos tres millones más de personas en el total de población.
Al mismo tiempo vivimos entre instantáneas más fugaces y enloquecidas, escenas de la vida diaria, y política que, en cambio, se suceden como postales de la incertidumbre. Hoy mismo, día de la escarapela, hace tres años, Cristina Kirchner generó un terremoto político con la decisión de elegir como su candidato a presidente al hombre que la había criticado más encarnizadamente que cualquier opositor: su ex jefe de gabinete, Alberto Fernandez.
La ambición presidencial hizo que él dejara atrás increíbles desacuerdos que para cualquiera hubiera sido muy difícil conciliar.
Pero la llamada unidad, era la llave para volver al poder. Y eso era todo lo que importaba. La elección de tan acérrimo crítico le proveía a la señora Kirchner, la coartada perfecta para jurar un cambio de estilo, y el ungimiento de un delfin supuestamente independiente. Bastaba conocer los antecedentes políticos de la señora para no caer en la trampa. Ella siempre respiró poder. Era inverosímil que ahora se dedicara sólo a la campanita del senado. Para ilusionar a la tropa propia bastaba la chance de vencer al macrismo aunque Alberto se pareciera a un sapo que sabe amargo en la ensalada. El resto, caería en la trampa del Alberto moderado, traccionado por la crisis económica y no poco pensamiento ilusorio. Las expectativas más desmesuradas y optimistas que rodearon al llamado “Alberto Moderado”, sorprenden hasta hoy. Cristina prometería un formula de una coalición amplia que permitiera gobernar. El tiempo demostró que quien gobernaría sería ella y que él lo permitiría con la sumisión más corrosiva para su propia autoridad. Entonces, había una pregunta que se imponía: ¿sería Fernandez un títere de su vicepresidente? El candidato pasó la campaña negándolo, y luego de ganar, una de sus frases más dichas hasta hoy es “El Presidente soy yo”. Una frase que sólo por necesitar ser dicha revela la percepción contraria.
A tres años, aunque la discordia en la fórmula es más honda que nunca y parece irremontable, los espacios de autonomía han sido tan escasos y costosos en términos políticos, que han convertido al presidente en una foto borrosa: no se sabe quién es. Y a la jerarquía presidencial en una foto invertida donde la segunda manda al primero. En el último tiempo, él parece haber ejecutado decisiones con más autonomía, siendo el símbolo de su pretendida independencia, el acuerdo con el Fondo Monetario que se demoró más de dos años por el internismo y la falta de acuerdo en el rumbo. Esa grieta interna socava el cumplimiento del acuerdo y consume la gobernabilidad hasta el punto de lo insoportable. Pero la otra consecuencia de un presidente con su autoridad arrasada y su capacidad de gestión en duda se padece en cada ámbito y decisión. Nada escapa al enfrentamiento faccioso.
En ese contexto, de autoridad esquilmada, el propio presidente, hizo trizas su propia mejor foto, que había arrojado el presidente en pandemia. La fotografía del escándalo de Olivos mostró que el supuesto estadista que cuidaba la salud de los argentinos era un embustero que no cumplía sus propias órdenes con desaprensión total del sufrimiento de los otros, usando sus propias palabras. En estas horas se ha hablado mucho acerca de los argumentos del fiscal que aceptó la oferta de dinero para reparar el daño por el incumplimiento de la cuarentena en Olivos. El problema es anterior a lo que diga el fiscal que parece poner la integridad entre las cosas que pueden ser cotizadas. El problema es que el presidente no haya advertido la inmoralidad de ofrecer dinero, como si la reparación de la ofensa honda a los argentinos estuviera a la venta. En su decisión mercantil, el presidente volvió a revelar la escala de sus valores. La misma que denota el haber aceptado la oferta presidencial de una mujer a la que él acusó de encubrimiento al realizar el pacto con Iran y de corrupción luego del episodio de los bolsos con dólares de José Lopez en el convento.
No sorprende que el mismo hombre que aceptó ser el presidente con alguien a quien hizo blanco de semejantes acusaciones, ahora crea que nos puede arreglar con un soborno encubierto. El problema no son los argumentos del fiscal, sino que el presidente cree que hay precios, pero no valores.
Por eso, él es tan o más responsable que ella de su propio deslizamiento hacia las alcantarillas de lo amoral. Donde es posible elogiar a Putin y a Biden en la misma frase. Donde el bien y el mal son categorías maleables. Tornasolado como el plumaje engañoso de un pavo real, así es la textura de la foto presidencial.
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