Pero cuando uno cree que todo es demasiado. Que debería imperar algún pudor, algo marca otra línea de descomposición: Aplaudieron a Boudou. Lo ovacionaron. En el Senado. Al primer vicepresidente de la historia argentina condenado por corrupción. Mientras la actual vicepresidenta intenta todo para que no le pase lo mismo. Para que no la alcance la justicia. Aunque tenga que cargarse al poder judicial si es necesario. En eso, Cristina Kirchner tuvo un revés en estas horas. El fiscal ante la Casación, Mario Villar pidió que se anule el fallo que la sobreseyó a ella y a sus hijos y que se realice el juicio por lavado de dinero en la causa Hotesur y Los Sauces, porque sólo allí, afirmó, “se podrá determinar si las imputaciones gravísimas que están en juego en esta causa, son verdaderas o no”. Obviamente a este fiscal, en el senado, nadie lo aplaudió.
Martes, 10 Mayo 2022 09:58
"Cada aplauso a Boudou es un cachetazo a los argentinos honestos"
Volvé a escuchar el comentario editorial de hoy de Cristina Pérez.
Ovacionaron a Amado Boudou en el Senado. Le gritaron “¡Idolo!”. Y él consideró que creía que había sido el mejor vicepresidente, pero que ahora hay alguien mucho mejor. Hasta lo presentaron como ex presidente y festejaron la confusión como, -por qué no-, un error que podía ser premonitorio.
Ayer en Argentina, ovacionaron en el Senado de la Nación a un corrupto, a un condenado por corrupción.
Veamos en qué marco. La instancia fue el aniversario de 10 años de la ley de identidad de género, que le tocó promulgar como vicepresidente. La celebración de una ley es una cosa, y es totalmente legítima. La ovación a Boudou es otra cosa y da mucha vergüenza. Pero lamentablemente también es una síntesis perfecta de muchas cosas.
Cada aplauso a Boudou es un cachetazo a los argentinos honestos. A los argentinos que no roban.
Claramente tampoco reparó en esto el senador por Chubut, Carlos Alberto Linares quien consideró a Boudou “un ejemplo de lucha” y “un perseguido”. “Un tipo encarcelado por pensar diferente al gobierno de Macri”.
Olvidó un par de datos el senador. Si hay un record que ostenta Amado Boudou no es el de perseguido sino el de haber sido el primer vicepresidente condenado por corrupción en la historia argentina, cuya sentencia por corrupto fue confirmada en todas las instancias judiciales incluida la corte suprema de justicia que dejó firme una condena a 5 años y 10 meses de prisión por cohecho pasivo y negociaciones incompatibles con la función pública. (Siempre vale decir en términos coloquiales que cohecho es coima, soborno). No fue una causa más. Y es otra síntesis perfecta de muchas cosas la llamada causa Ciccone. Porque a Amado Boudou lo condenaron por intentar quedarse con la empresa que imprimía el dinero en Argentina, sí, con la maquinita de los billetes, esa que con lo que les gusta la inflación era un negocio perfecto, seguro y próspero.
El fallo del máximo tribunal que lo condenó por la adquisición irregular de la ex imprenta Ciccone Calcográfica fue un fallo unánime, de los cinco jueces, que confirmaron la coima y la corrupción.
Estas son las señales que bajan desde el poder en una Argentina arrasada. Impunidad total para, con total desparpajo y sin ninguna vergüenza, ovacionar a un corrupto en un espacio de las instituciones. Rompieron todo. Toda noción de valores. Se entiende que quieran ir contra la justicia.¡Grande Amado!, le gritaban.
Obviamente Boudou no se privó de hablar de economía y criticó a Martín Guzmán que ayer por su parte parecía salido de otro gobierno. Al menos por admitir algo que se viene diciendo una y otra vez y que parece que al menos del lado de la administración en la que quedó, el ministro de economía, empezaron a reconocer. Dijo Guzmán: “En ningún país del mundo funciona que haya déficit persistente financiado por una moneda que la gente por la inflación dejó de querer”.
La guerra interna ha llevado al gobierno a un notorio ataque de sinceridad. Por un lado Cristina Kirchner, que, el otro día en Chaco, hizo un ejercicio sin antecedentes en sus dos presidencias: reconocer problemas de la realidad. Reconoció que la gente está mal, que la plata no alcanza y que incluso el que trabaja no logra por eso dejar de ser pobre, algo inédito. Lástima que todo lo que admitió lo hizo para despegarse, aunque al final tuvo que reconocer que también es su fracaso, porque si algo tiene este momento es que no deja márgenes. A nadie.
Guzmán tiene razón, es insostenible el déficit y seguir emitiendo, pero pasaron más de dos años haciendo lo contrario y el único ajuste lo produjeron via jubilados, via inflación, via impuestos. Son las únicas ideas que tienen.
Es muy difícil saber cómo sigue la guerra interna en el gobierno. El presidente se las tomó a Europa en días que van a ser cruciales para ese enfrentamiento pero también para el frágil equilibrio luego del acuerdo con el Fondo que el kirchnerismo duro quiere volar por los aires. Las audiencias por las tarifas y el índice de inflación tensarán al máximo la cuerda en una fractura que ya es una guerra a cielo abierto en un gobierno al que le falta un año y medio, y ante un país donde impera la desazón.
Y no es para menos. Con cada visita al supermercado, los argentinos se anotician del empobrecimiento sin pausa. Además de otros robos, le robaron a la gente la capacidad de ser dueña de su propio destino, le robaron el horizonte mínimo. La encerraron con la pandemia y con la inseguridad. Expulsan del país a los jóvenes. Destruyeron la educación. Empujaron ya no sólo a los más carenciados sino también a las familias de clase media a la lucha por la supervivencia. Por intentar seguir siendo de clase media cuando el destino acechante es la pobreza y no el progreso.
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