Desde el 8 de junio, es decir hace 6 días hay al menos 5 iraníes con posibles vínculos terroristas actuando a sus anchas en Buenos Aires. Ahora se sabe que encima según la lista de pasajeros podrían haber sido 7 y por lo tanto se esfumaron 2. A la fiscal Cecilia Incardona recién ayer le pareció necesaria una investigación y recién hoy a la mañana se les ocurrió allanarlos. Paraguay afirma haber alertado hace un mes sobre el avión sospechoso pero Argentina no se hace cargo del aviso que sería hacerse cargo de su complicidad. Casi por casualidad y por las denuncias de la oposición, Daia y Amia, esto tomó estado público. Caso contrario los iraníes seguían de shopping en Palermo.
No importa lo que pase, es el gobierno argentino el que queda envuelto en sospechas y hace gala de su ineptitud. Pero en esta cuestión la gravedad se incrementa. Si hay una operación de inteligencia o una misión terrorista tuvieron una semana de vía libre. O son cómplices o son inútiles y para el caso es lo mismo. Resuenan de fondo las palabras de defensa de regímenes impresentables por parte del presidente de la nación mientras su gobierno pone en peligro a los argentinos. Recién ayer apareció el ministro de seguridad a hacerse el sorprendido confirmando que el piloto de la aeronave se llama igual que un miembro de Al Quds, la agrupación terrorista cuyo máximo líder está buscado como autor intelectual del atentado a la AMIA. Aunque fuera un error, o una coincidencia que se llamen igual, es una coincidencia demasiado llamativa. Merecía la más delicada de las investigaciones y no el estropicio que presenciamos desde que se conoció la noticia.
En esto, como en cualquier otro campo de la realidad la sensación es que no hay nadie al volante y que la agonía del desgobierno se paga con miseria. El presidente y también su vice aparecen en forma intermitente en escenas planificadas donde fallan hasta en lo que quieren mostrar. En el reencuentro que se había vendido como una tregua estalló el escándalo del gasoducto. Se ponen trampas y se hacen emboscadas mientras la gestión brilla por su ausencia.
La imagen de Matias Kulfas huyendo literalmente a las corridas por los ascensores de Comodoro Py, describe en manos de quienes está la cosa pública. Una denuncia gravísima a la que recula en chancletas en los tribunales pero que sin embargo eyecta del gobierno al ministro más cercano del presidente y ahora todos hacen como que no pasó nada.
En las últimas horas declaró como testigo ante el juez Daniel Rafecas, Antonio Pronsato, el funcionario que estuvo a cargo de la unidad ejecutora del gasoducto y había renunciado cinco días antes. Bueno, decir Unidad ejecutora es un exceso retórico porque lo que refirió es que su salida se debió a las demoras en las tomas de decisiones requeridas y a la notoria falta de coordinación entre los organismos intervinientes. Es decir que no pudo ejecutar nada ¿Son sólo inútiles o se demoran y dan vueltas por algo más? Cada cual tome la opción que le parezca, porque la investigación judicial avanza cumpliendo sólo formalidades y difícilmente obtendrá indicios sospechosos de meros testimonios en los que obviamente nadie contará lo que no le conviene. Si hubo una fisura en un pacto de silencio, porque nadie acusa de corrupción por error, o una daga política por calentura, lo que quedó a la vista es que el avance del gasoducto que anunciaron con bombos y platillos es puro verso. Pensar que en el aniversario de YPF Cristina Fernandez dijo emocionada que se construiría en parte con el impuesto llamado aporte solidario y en realidad, no pusieron ni un caño.
Gasoducto inexistente mata relato. Y el relato tampoco soluciona el grave deterioro de la economía que sólo produce con eficiencia una cosa: nuevos pobres. Cuando termine el día producto de la aceleración de la inflación habrá 3 mil nuevos pobres en la Argentina. Desde la base de la sociedad hasta la cúspide de los mercados reina el mismo desasosiego que se traduce en el mismo sentimiento: desconfianza y pánico. En la última semana corre escalofrío en los mercados por la llamada deuda en pesos. Y todos se refugian en los dólares. La explicación de los analistas remite a lo mismo que le pasa a la gente en la calle. No ven rumbo ni certezas. La duda sobre los cumplimientos externos donde el mercado ya está cerrado, se traslada a nivel local. Esperan una señal que tranquilice las expectativas y mientras tanto el que puede y como puede se refugia en dólares si es que encuentra la forma. Lo grave y lo que más preocupa es que, como grafica un analista, refiriéndose a la llamada deuda en pesos, y magnificando las palabras para que se entienda de qué hablamos, es que “esta bola de nieve que es la tía de la madre (o sea la abuela), del sobrino y el hermano de todas las bolas de nieve, puede derivar en más inflación porque lleva a mayor emisión y encima tener como consecuencia recesión por caída de consumo y poder adquisitivo”. El peor de los mundos.
Las chances de que el gobierno -que no logra el mínimo acuerdo interno ni para comprar una resma de papel, que sólo despliega fuegos de artificio con temas que no pasan de bravuconadas para la tribuna-, pueda aportar soluciones, parecen remotas. Y esa sensación de estar a la deriva en medio de la inoperancia, se hace presente en todos los campos. Sea porque el gasoducto es verso, sea porque andan al menos 5 iraníes campantes, o sea porque la economía es un desaguisado y la inflación aterra y destruye todo a su paso.
Pensar que le preguntaba a Biden por qué padecemos penurias...
Presidente, para encontrar esa respuesta, por lo pronto, empiece mirándose al espejo, y tome alguna decisión que sostenga al menos 48 horas.