El gobierno no tiene la menor intención de solucionar el desastre de la inflación. Era sólo cuestión de esperar que lo dijeran, en un gobierno que va de delirios a sincericidios en forma permanente. El ministro de la producción, Matias Kulfas, justo, fue quien sin mosquearse lo confesó: “Nunca dijimos que la inflación se resuelve con control de precios”. Sin embargo, es con lo único que insistieron desde que están en el gobierno y prometiendo que darían resultados, y que cuidaban la mesa de los argentinos. El secretario de comercio y el presidente vienen declarando guerras y perdiendo batallas contra los precios en forma olímpica. Y eso por no recordar que el presupuesto del año pasado estipulaba 29% de inflación. Son grandes humoristas o mitómanos compulsivos. La verdad que hace rato sospechábamos y advertíamos que con controles de precios no se soluciona la inflación. Por qué será que lo hacen entonces, es la primera pregunta que surgía y surge, si no sirve para nada. Quizás simplemente tienen por hobby complicarle la vida a los que todavía intentan hacer algo productivo en este país. O eso es justamente lo que les molesta y nada como sobreactuar controles que luego no se podrán cumplir para culpar a cualquiera y no solucionar, en definitiva, nada. Con la inflación ajustan. Ajustan y hacen sus negocios.
La verdad de lo que pasa es que estamos a las puertas de conocer otro índice de precios del Indec y ya no saben de qué disfrazarse. Porque la noticia será que la peor de las mediciones llega en el mes en que el presidente se puso al frente del problema. O sea, el presidente perdió la guerra contra la inflación, y antes que admitirlo, mejor, decir cualquier otra pavada.
Lo que cruzó la barrera de lo calificable, es, que al mismo tiempo que la gente en la calle la está pasando muy mal, el espectáculo del poder es indecente. Las peleas encarnizadas a la luz del día y sin pudores se vuelven obscenas y evidencian por sí mismas la perversión de la política. La perversión que ocurre cuando quienes fueron elegidos para dirigir los destinos de un país se dedican a cualquier cosa menos a resolver las acuciantes necesidades de los votantes. Esos votantes a los que estafaron para volver al poder y ahora intentan engatusar una vez más con otro disfraz que confunda. Pero se les está haciendo difícil. Todas las caretas se soltaron y están esparcidas con sus muecas gastadas sobre las tablas del escenario mientras reconocemos el rostro verdadero de los actores.
Las últimas semanas, los mensajes explícitos que cruzan en público o en forma reservada el presidente y su vice, superan las peores especulaciones sobre su relación o sobre lo que alguien pueda llegar a decir y temer de los sucesos que amenazan con desencadenarse. A la guerra entre ellos la financia un país exhausto con una crisis que se agrava. Son responsables no solo de no solucionar los problemas, sino de empeorarlos. Bueno más que responsables, son irresponsables.
No se trata de ineptitud sino de una decisión política de bloqueo que el mandatario intenta resolver con cinismo porque coraje es lo que no abunda cuando reina el oportunismo en el poder. Lo que faltaba era que usaran el aniversario de Malvinas para descaradas escaramuzas. Aunque no sorprende. La vicepresidenta se regocijó claramente con quien la llamó “presidenta” en el acto a 40 años de la guerra, para acto seguido, hacer saber que le mandó de regalo al presidente un libro. El libro en cuestión cuenta las horas oscuras que antecedieron a la hiperinflación, luego del fracaso de un acuerdo con el Fondo, y que terminaron con Raúl Alfonsin entregando anticipadamente el mando. El libro se llama Diario de una temporada en el quinto piso, lo escribió el historiador Juan Carlos Torre, que nunca debe haber recibido tantos pedidos de entrevista como en estas horas. Cristina ya ni disimula que es la jefa del club del helicóptero.
El que avisa no traiciona, y veremos muy pronto el insólito espectáculo del kirchnerismo haciendo como si nada y sin irse del gobierno, mientras busca quebrar el entendimiento con el organismo impidiendo que se cumpla. Ya la propia jefa del Fondo Kristalina Georgieva, advirtió que había que “recalibrar”, por los efectos de la guerra. Cristina Kirchner también quiere recalibrar, pero al revés. Mientras le apuntan al Ministro de Economía harán lo imposible por evitar el esquema de aumento de tarifas. No les importa que se corte el gas, falte la luz o arda Troya. Tampoco cuidar el bolsillo de la clase media. Por un lado, necesitan continuar el negocio de los subsidios donde se esconden sus principales cajas, y por otro no ajustar en las cosas en que se nota. Para eso está la inflación, de la que son los primeros auspiciantes, porque además de estar atados a las cajas, tienen toda la intención de no soltar la maquinita de imprimir papelitos de colores.
En conclusión, mientras se agrava la crisis económica y se acelera peligrosamente la inflación, hay un gobierno que ya no tiene ni circo para simular que la controla, ni pan para repartir. El peronismo, que se jactaba de ser garante de gobernabilidad, estrena sus habilidades para desestabilizar, con un gobierno de su signo. Los cabildeos sobre desdoblamientos de elecciones ocurren a la luz del día. Y el único que parece no tomar nota es el presidente. Es mejor jugar a predecir a qué monstruo de la literatura o demonio bíblico culpará el mandatario en su próxima declaración sobre los precios. Sobre el resto de las cuestiones su gobierno ya ha marcado con coherencia la tendencia sobre qué hace con las dificultades: nada. Y de esa ineptitud no le vamos a explicar a los argentinos, porque lo tienen clarísimo.