En el gobierno tuvieron que salir a explicar que no odian a la vicepresidenta. Así estamos. La descomposición de la discusión es sintomática de la descomposición del gobierno. “Nosotros no odiamos a nadie”, afirmó Juan Manzur desde la formalidad de una conferencia de prensa. Resulta delirante pero el debate del gobierno pasó de la eficiencia de los ministros, o las políticas económicas a los sentimientos más primitivos, y ya ni guardan las apariencias. Eran otras las épocas en que el problema resultaban “los funcionarios que no funcionan”. Desde aquella carta de la vicepresidenta y derrota mediante el cambio de gabinete fue prácticamente digitado por ella que hasta mencionó en su misiva al gobernador tucumano para el cargo que hoy ocupa. Ahora, sin embargo, desde el cristinismo, afirman omitiendo que ese gabinete fue pergeñado por ella, que es un gabinete del odio contra Cristina.
En aquel entonces, ante el regreso de inverosímiles figuras, como el propio Aníbal Fernandez, o Juan Manzur -por quien la vicepresidenta guardaba notorios rencores-, se especulaba que ella quería tomar distancia, cubrirse de las desgracias que sobrevendrían por la crisis y de los consiguientes reclamos que anticipaba la debacle electoral. Preservarse desde un costado para decir que el gobierno no era de ella y por lo tanto los errores tampoco. Ahora, ese plan parece confirmarse y mostrar otra fase. Del repliegue a la toma del palacio. Ella armó un gabinete exógeno para arremeter cuando fuera tiempo. Sin embargo, la apelación al odio no es un justificativo más. Cuando el kirchnerismo duro apela al odio, está señalando a un enemigo, está demarcando una línea. Del odio no se vuelve. Y es todo lo contrario a la ilusión de la unidad peronista. El Frente de Todos se reconfigura así, como el Frente del Odio, a instancia de su propia autora. Nada bueno puede venir de tan bajos sentimientos. En la nueva configuración, la unidad parece una quimera, esas cosas que no importa la voluntad de concretarlas, son simplemente irrealizables. La unidad forzada para ganar ya no es útil por ídem, por irrealizable, porque hoy no asegura el triunfo, y ese es en todo caso el objetivo último de quien sólo busca asegurar el poder. La situación actual hace pensar más en el monstruo mitológico llamado Quimera que tiene tres cabezas, con un león en la parte delantera, una cabra en el medio y un dragón que lanza llamaradas en la parte trasera. Cristina, que fue la madre de la Quimera, ahora desmonta lo que ya se sabía era una unión imposible. El incendio no parece inquietarla.
El punto es cómo son capaces de maltratar a las instituciones sin miramientos en pos de su pelea interna. Porque no estamos ante un ruidoso divorcio de la farándula, o la disolución de un acuerdo de capos mafia, o una pelea sangrienta entre jefes barrabravas. Lo que tenemos ante nuestros ojos, es la degradación de las instituciones, cuando son envilecidas en pos de una guerra facciosa. Esas instituciones que le dan marco al derecho y a la convivencia. Esas que deberían ser sagradas y son pisoteadas por quienes deberían honrarlas. Alberto Fernandez, es el Presidente de la Nación, representa la cumbre de la jerarquía constitucional y fue elegido democráticamente por los argentinos. Atacar su figura, es también atacar el sistema. ¿Qué quiere decir Andrés el cuervo Larroque cuando dice “el gobierno es nuestro”?. La Cámpora y la propia Cristina, ya no ocultan el desprecio a la categoría institucional del Presidente, y ubican la legitimidad en sus designios. O hace lo que ellos quieran o vuelan por el aire la banda y el bastón que son un mero disfraz. Develan que para ellos sólo se trató de una farsa, de una presidencia de cartón a la que vienen a imponerle, el poder atendido por su propia dueña que es ella.
El kirchnerismo funciona en la órbita de una autocracia, y ahora sólo busca forzar al país a aceptarlo denigrando los esquemas de mando de la Constitución con abierto golpismo. De alguna manera, ya admitieron que hay un golpe en ciernes, aunque sea insólita la explicación de Berni diciendo que el presidente se hace un golpe a sí mismo. Para ellos hacerse un golpe es no obedecer, no alinearse absolutamente a la jefa absoluta. “Al que no le gusta que se vaya”, desafió Juan Manzur, luego de las bocanadas destituyentes del ministro de seguridad bonaerense. Sabe perfectamente que eso también es una quimera. Cristina, ni queriendo, puede irse del poder, al que usa de guarida. Pero, además, ¿quién vió un kirchnerista que suelte una caja? Quimeras son lo que sobran.