La beneficiaria de planes sociales que se hizo viral desafió a uno de los tantos periodistas que la entrevistó diciéndole en la cara que a ella no le conviene trabajar. En su ecuación económica le viene mejor quedarse en su casa y que el estado le pague para no trabajar. “Si te ofrecen 80 mil y le das 20 mil a la niñera prefiero quedarme en mi casa por los 60 mil que me da el estado en vez de trabajar”, fue su frío razonamiento. La mujer, de 34 años, madre de tres hijos, sabe que pronto recibirá la baja del plan Potenciar Trabajo porque no trabaja y se jacta de aprovecharse de los planes como modo de vida. No sólo no considera un fracaso ni la afecta moralmente no ser quien gana lo que necesita para vivir, sino que dice a viva voz que el que trabaja, es un boludo.
En medio de la polémica por los planes sociales, la mujer, es un símbolo de la ruptura de la cultura del trabajo como fuente de dignidad y de realización humana. Ella se contenta con un ingreso que viene de arriba aunque eso no la saque de la pobreza, casi indigencia, en la que vive, y ve en la comodidad de quedarse al cuete en su casa un logro o un valor. Es el ejemplo de un modelo que no ofrece salidas a la pobreza sino que la convierte en un destino, que inculca que estúpidos son los que se esfuerzan, y que se fundamenta en el resentimiento como motor político, mientras produce más y más pobres que dependan del estado. Tan siniestro como real.
Mariana no tiene esperanzas de progreso y no le importa no tenerlas ni tener opción. En estos días se hizo famosa por contar provocativamente que defiende a los planeros, que si quiere quedarse en su casa sin trabajar es cosa de ella y que si gana las elecciones un partido que no sea el peronismo al nuevo presidente los movimientos sociales le coparían el obelisco y tendría que irse en helicóptero.
En términos muy objetivos, Mariana está convencida de que actúa por conveniencia. En un punto tiene razón cuando explica la diferencia entre lo que gana si trabaja y si no lo hace. En otra dimensión, no experimenta la vivencia de dignidad que da el trabajo o el esfuerzo, no le importa no tener otra opción, ni la incomoda depender del estado como única salida. En su caso la idea de libertad o de elecciones para su propio destino ni siquiera existe.
Mariana representa la ruptura de valores que solían ser comunes en Argentina. No es que estamos exentos de vivos ni de avivadas, pero en el ideario de un país que supo ser de clase media, y aún hoy se percibe como tal a pesar del empobrecimiento, el que estaba más abajo o en el medio solía soñar con algo parecido: progresar mediante el esfuerzo, que los hijos se recibieran y poder tener una casa propia o quizás un autito. Y por qué no, que le alcanzara para ir de vacaciones. En la actual crisis, y durante la pandemia, escuchamos relatos vergonzantes de familias de clase media que castigadas por la cuarentena, habían tenido que recurrir a un comedor y eso los hacía sentir humillados por no poder generar el sustento para la comida de su familia. Estos son sentimientos o vivencias que parecerían imposibles para Mariana. Y en un punto, esa es la tragedia. Si el kirchnerismo ve como realización este tipo de fidelización de sus votantes, cualquiera con un poco respeto a la dignidad humana sólo mira perplejo la escena descarnada de un dramático fracaso. ¿Así quieren al pueblo?
Los seres humanos no sólo decidimos por interés propio para maximizar nuestras ganancias, también decidimos en función de valores, de pertenencia, de orgullo y de bien común. Si siempre decidiéramos lo que nos conviene objetivamente no habría obesos ni fumadores. Si siempre decidiéramos por dinero, y no por altruismo, no habría personas dispuestas a ser bomberos, soldados o a donar sus órganos. Se dice que las sociedades más virtuosas, son aquéllas donde las personas tienen más opciones y por lo tanto puede ejercitar mayormente su libertad para definir su destino. Ni eso asegura que acierten en cada decisión, pero saben que la libertad es asumir los propios riesgos al menos y eso los hace dueños de su destino.
El rol del estado es importantísimo a la hora de generar estímulos para mejorar la vida de las personas. Mucho se ha hablado por ejemplo de la importancia de exigirle al que recibe un plan social que sus hijos estudien. Esto es un estímulo. La transitoriedad de los planes como puente hacia un trabajo también sería un estímulo. En materia económica, se podría hacer una lista interminable sobre las bondades de los estímulos impositivos positivos o negativos. Hoy mismo, las distorsiones de la economía, y la acelerada devaluación del peso por la inflación, estimulan a correr en estampida a refugiarse al dólar. Sin dudas, las malas políticas también terminan siendo un estímulo.
El problema es que, en el caso de los planes sociales, el estado no sólo termina propiciando que se cobre por no trabajar como si no trabajar fuera un valor que genera dinero, y en definitiva, escandalosamente lo es, sino que afecta al mercado laboral donde todos hemos escuchado decenas de casos de empleadores que no encuentran personas dispuestas a ocupar vacantes que pasan meses o años sin candidatos, y peor, sin personas idóneas para ocupar esos puestos.
De la mano de las dádivas, no sólo se desestimula el esfuerzo sino también la educación, y ni hablar de la autonomía. Los movimientos sociales aseguran que sus beneficiarios trabajan pero casos como el de Mariana o los que son obligados a marchar para mantener un plan desnudan el esquema de poder territorial detrás del asistencialismo, hoy cuestionado por sus propios dueños.
El peronismo, que supo jactarse de ser el partido de los trabajadores, no tiene su peor crisis en el gobierno de Alberto Fernández, que es un desastre. La peor crisis del peronismo es haber devenido en el partido de los planes que empobreció a los trabajadores. Hoy trabajar no alcanza para dejar de ser pobre, y la mitad de los que trabajan está debajo de la línea de pobreza en Argentina. En la economía del revés que se armaron, el mejor negocio es el plan, y en vez de discutir cómo generar más y mejores empleos se busca institucionalizar un salario universal sin la contraprestación del trabajo. Mariana cree que es viva por no trabajar y cobrar por quedarse en su casa. Pero no podría tener la ilusión de cambiar de vida. Y tal vez ni siquiera se lo plantea. A ella parece no importarle tener otra oportunidad. El escándalo es que al poder que se sustenta de las Marianas que cobran planes tampoco le importa construir para ella ni para nadie otras oportunidades.
Un país es su gente, sus deseos de progresar para hacerlo grande. Hay millones de argentinos que aún a pesar de las dificultades, se levantan todos los días a trabajar, estudiar o cuidar de los suyos para seguir adelante. En una situación dolorosísima como la que vivimos, la gente no eligió la violencia sino las urnas para expresarse o cambiar las cosas y sobran las historias de quienes se abren camino en la adversidad. Argentina tiene la mayor cantidad de empresas llamadas unicornios de Latinoamérica, un campo de excelencia productiva a escala global, y recursos energéticos y naturales que le dan un potencial sin límite. Pero estamos atrapados en la degradación y la decadencia.
La culpa no es de Mariana sino de quienes le hacen creer que le dan de comer, sin que tenga que trabajar, pero en el fondo, la condenan a que sólo siga siendo pobre y dependiendo del estado. Hay muchos boludos, como les dice ella a los que trabajan, que no cambiarían por nada, su trabajo a cambio de tener el destino de un plan, y son los que sostienen todos los días a este pobre y bendito país. Argentina es las dos cosas: pobre por su grave situación económica, y bendita por sus potencialidades reales. Los sueños de San Martin y Belgrano, Alberdi y Sarmiento, nos siguen interpelando. Sea como sea, tenemos el deber de luchar por un mejor destino, y sólo así podremos merecerlo.