El poder parece una sustancia enjabonada en Argentina. Enjabonada y frágil, que mientras se lo sacan de mano en mano, otea el precipicio y se esmerila con la improvisación. Porque los niveles de improvisación que atestiguamos son de verdad extraordinarios.
No sólo las medidas conocen la luz en estado incompleto, deforme o totalmente absurdo, perdiendo el efecto que deberían tener luego de pasar por la prensa escurridora de la interna k. Insólitamente, en medio de una crisis que intentaba hacer pie en un delicado impasse, se llegó a dar la primicia de la llegada de un nuevo ministro de Economía con la titular de esa cartera recién reunida con los principales actores de las finanzas mundiales para que la especie fuera desmentida por el propio protagonista diciendo que no había tenido ningún ofrecimiento. ¡Oso!
¿Cómo pedirle al mercado que confíe si la persona designada como interlocutor es consumida por la dinámica caníbal del gobierno sin las mínimas formas? Varada en los Estados Unidos por un problema en sus vuelos, Silvina Batakis se enteró de su presunto su sucesor, con la silla todavía caliente y la credencial del FMI colgada aún al cuello, para luego observar con la misma perplejidad la desmentida.
Es la misma perplejidad que nos consterna a los argentinos. En la Argentina de hoy, a los funcionarios los echan cuando van en los aviones y a los ciudadanos nos sirven el plato mal cocido de la chapucera improvisación. Encima, nos lo cobran caro, por la inflación.
¿Dónde está el poder? Es una pregunta de difícil respuesta. Uno creería que su formulación debería llevarnos directo al Presidente. Ya sabemos que no. Si en algún lugar no está el poder, es en manos del Presidente. Y ese es el primero de los problemas. Al poder lo tiene la crisis.
Sólo la desesperación puede explicar que el Frente de Todos se prepare o analice el desembarco como figura estelar de Sergio Massa. No porque esa no haya sido su ambición o su voluntad. Sino porque la desconfianza de sus propios socios hasta hace cinco minutos los hacia reaccionar con alergia ante la posibilidad. “Así de mal están las cosas que ahora lo aceptan”, decía una fuente. El sugestivo video publicado por Malena Massa, y titulado “Todo Vuelve” había precipitado la versión que llegó a ser titular de diarios entrada la tarde. A ver. La película había empezado, los títulos en letras de molde surcaban la pantalla grande anunciando el nombre de los protagonistas, los espectadores se acomodaban con sus pochoclos y de pronto, el proyector prendió la luz y rebobinó la cinta delante de todos. ¿Qué pasó? ¿Quién puso Pausa? No es muy difícil deducir quién tiene semejante poder en el gobierno. Pero no todos apuntan a Cristina. Algunos dicen que al presidente la lapicera se le volvió más resbalosa que nunca porque la entrada de Massa es casi una firma de su rendición. Otros dicen que si a Cristina Kirchner le hubiera cerrado perfectamente el nuevo esquema como aseguran, la operación no hubiera quedado trunca en medio del lanzamiento. La espectacularidad del amague sólo puede llevar a alguien con buen manejo de los fuegos artificiales. La otra posibilidad es que a él lo haya traicionado el entusiasmo en los off the record y ya sabemos como trona el escarmiento cuando las cosas se saben por carriles periodísticos.
Si todo esto pasara en un contexto de prosperidad, probablemente sería apenas un cotilleo de palacio, pero como ocurre en una situación extremadamente crítica del país, es una muestra más de la ineptitud y la irresponsabilidad que profundizan la crisis.
Analicemos las dos hipótesis. Massa sí y Massa no. Si en efecto en las próximas horas, el tigrense asume con poderes aumentados, como una especie de superministro en el gobierno, se habrá producido un giro de 180 grados. Massa es la línea Estados Unidos, no la facción comunista que tiene preponderancia discursiva desde la vicepresidenta para abajo. La pregunta inmediata es si tendrá poder en serio o es otra puesta en escena grandilocuente en medio del incendio. “Agarrar ahora es de kamikaze”, se escuchó a un sensible. Pero Sergio Massa, ya tenía a esta altura poco que perder en términos políticos. En las encuestas su imagen está en los peores registros históricos, difícilmente pueda despegarse del fracaso de este gobierno y de sus propias panquequeadas, y agarrar ahora es para su estilo audaz, una gran oportunidad. ¿O acaso el mundo y la política no son de los audaces? “¿Y si le va bien?”, se preguntaban algunos con tono de timba. La diferencia entre Sergio Massa y Alberto Fernandez, es que el yerno de Moria, y el esposo de Malena, difícilmente sea maleable como el presidente y una cosa eran los cabildeos en diputados, pero otra muy distinta es tener los resortes de la administración. También difícilmente Cristina olvide cuando por la elección que le ganó en la provincia, ella perdió las chances de reelección indefinida en 2013. O que el renovador había prometido meter presos a los corruptos y barrer con los ñoquis de La Cámpora. Son traumas que quedan para siempre como esos dolores de rodilla que te parten la pierna cuando llueve.
Hay demasiada mezquindad y sospechas entre los protagonistas para que todo fluya con civilidad. La letra chica de esta negociación debe ser feroz.
¿Serán tantas las atribuciones de Massa si Jorge Capitanich es jefe de gabinete como dicen que quiere la vicepresidenta? O terminará esmerilado con las tácticas de veto cristinistas de una manera que jamás imaginó.
No es raro que en medio de esta desaguisado los gobernadores peronistas le hayan reclamado al presidente “una reacción política”. Lo raro es que hayan demorado hasta hoy cuando la debacle empezó hace rato. Pero les tocaron un poquito la caja, ese órgano hipersensible que hace llorar a las piedras.
Volviendo a Massa, nadie podrá decir que su deseo por un sitial en el ejecutivo no era conocido. Y que además es un deseo de poder que supera largamente el miedo ante las pavorosas circunstancias del presente. Como en los mercados, cuando la codicia le gana al pánico la transacción se produce. Todo fue siempre tan evidente, que alguien recordaba anoche el comienzo de la serie House of Cards en la que al mejor estilo del teatro shakesperiano, aparece Frank Underwood, encantador, dirigiéndose directamente al público, con total complicidad durante una fiesta. El que lo evoca, ajusta un poco el guión para el momento y le hace decir: “Soy el presidente de la Cámara de Diputados, y aquél que levanta allá la copa es el presidente. Él no sabe que muy pronto voy a ocupar su lugar”, agrega sonriente. Iba por ahí la serie cuando alguien dijo, con tono seco y temible. “Sacá Netflix, pelotudo”. Bueno, un poco de ficción ayuda a la comprensión ante este despelote de otro planeta.
Veremos en las próximas horas de qué se trata todo esto. El contexto es muy difícil y el dólar no baja de los 300. La inflación de julio será la peor en mucho tiempo. No hay que perder, sin embargo ninguna línea del argumento. Quizás, Cristina, la gran titiritera, simplemente entendió que debía salir de la escena, engrasarse las manos y tomar los reflectores ella misma para hacerlos enfocar a otra parte y Sergio con toda su pompa le viene de primera. No vaya a ser que el lunes, la platea esté aburrida, y mire hacia Comodoro Py, donde estará sentada en el banquillo de los acusados cuando el fiscal Luciani empiece su temido alegato, ante la presunta jefa de una asociación ilícita.