Hemos construido un mundo que valora en exceso la apariencia y el vértigo. Tal vez por eso vemos una desmedida entronización de la juventud, la cual funciona en el imaginario colectivo como sinónimo de productividad y rendimiento.
El problema de esta cosmovisión radica en que estos atributos, lógicamente, comienzan a perderse con la edad y es allí donde emergen sentimientos de frustración y una lucha individual desmedida por eternizar una característica fútil.
La obsesión hedonista por nosotros mismos, por nuestra imagen y por nuestros logros, nos ha nublado el juicio y ha generado un doble efecto: ha minado la autoestima de aquellos que cargan con más años y nos ha llevado a observar con más preponderancia los disvalores de las personas mayores en lugar de sus potencialidades.
Esta tendencia suele ocurrir porque su presencia nos alerta del miedo a nuestra propia finitud, a nuestros limites físicos. Pero debemos entender que los lazos intergeneracionales que construimos determinan el tipo de comunidad que somos y a la que aspiramos.
Cuando una sociedad toma la decisión de cancelarlos, esta privándose de un saber inconmensurable, de un hacer con experiencia. El poder entender que la tercera edad es solo una etapa más de la vida que puede ser rica y transmitir ideas, conceptos y valores, elevaría nuestro valor como Nación.
Sin lugar a duda, es necesario un cambio de paradigma que resignifique el paso de los años, revalorice las características de nuestra madurez y se enfoque en las necesidades transversales de nuestros mayores.
Será una característica mía, pero yo adoro sentarme a escuchar las historias de vida de aquellos que lucharon antes que yo por armar una sociedad de iguales. Me enseña, me alerta y me prepara.
Pero también entiendo que su fuerza vital está intacta, la tecnología ha ensanchado sus posibilidades físicas y lo hará aún más en el futuro cercano, por lo que sus aptitudes no sólo forman parte de lo hecho, sino que son valiosas en la construcción del presente, pueden trabajar, producir y enriquecernos.
Hago un paréntesis para recordar la historia del fundador de una cadena de comida rápida norteamericana, un ejemplo de emprendedurismo, que luego de varias tragedias familiares y muchos intentos laborales fallidos, a la edad de 65 años y muñido de una receta de su abuelo, recorrió las ferias de su país vendiendo una franquicia sin local propio. Desde esa posición y a esa edad, nació la cadena de pollo frito más importante del mundo, la misma que con 74 años, el Coronel Sanders vendió a un grupo inversor por 2 millones de dólares y un salario vitalicio por aportar su imagen, si, la que tiene la cara de un abuelo. Hoy, esa cadena de más de 20.000 locales en todo el mundo, sigue llevando su retrato en el logo que la identifica.
Esta es una historia que sintetiza la resiliencia de las personas mayores, su importancia, si logran mixturar su experiencia, conocimiento y aptitud, pero, también nos enseña que el Estado, debe estar presente para acompañar esas trayectorias e impulsar sus anhelos.
Debemos perfeccionar los resortes del Estado para estar atentos a financiar y proteger los emprendimientos que lleve adelante este grupo etario. No existe tiempo que perder en este campo, es imperioso estar presentes para garantizar la continuidad de oficios que corren el riesgo de desaparecer si no existe un trasvasamiento generacional de esos saberes.
Como vemos, su participación en el mundo productivo puede, si ellos quieren, engrandecer materialmente al colectivo. Sin embargo, están aquellos que desean disfrutar del descanso bien ganado o sus características físicas y enfermedades les impiden desarrollar todo su potencial, allí es imprescindible la asistencia de un Estado solidario.
El poder estadual tiene una responsabilidad supina en mantener las condiciones materiales que les permitan vivir en las mejores situaciones económicas y de cobertura de salud, tenemos siempre una deuda pendiente en este campo, muchas veces producto de la mirada que describimos al comienzo y muchas otras por la impericia de nuestros funcionarios.
La única manera de superar estas dificultades y elevar el estatus de los planes de Gobierno para que atiendan y promuevan con suficiencia sus necesidades es poner el eje en la cuestión neurálgica: la cultura.
Las políticas públicas y la legislación están impulsadas por la escala de urgencias que el colectivo define según su construcción valorativa cultural. Si logramos cambiar nuestra mirada y formamos una nueva generación que los respete y valore, seguramente avanzaremos más en su desarrollo integral.
Tener un propósito en la vida que exceda a uno mismo, a nuestras ambiciones y preocupaciones materiales es muy importante para llevar adelante una vida plena; cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de lograr que los cercanos mayores que nos circundan, cumplan sus propósitos y logren vivir sus últimos años con felicidad.
Detengamos entre todos la cancelación, recuperemos el respeto reverencial por las canas, las arrugas, la experiencia, el ritmo lento: ellos son el pilar fundamental para armar el pueblo en el que queremos que crezcan nuestros niños.
Somos la confluencia de lo que fuimos y lo que somos. Por eso, me atrevo a brindar una recomendación: asociate con tus abuelos, padres o conocidos mayores, impulsalos a vencer las barreras de lo posible y empecemos juntos a revalorizar la generación que trabajó denodadamente por el país, porque en la mixtura del pasado y el presente podemos encontrar un futuro mejor.
(*) Politólogo, Asesor parlamentario
Escrito por Alexis Chaves
NA - Buenos Aires, Argentina