El encierro de la pandemia nos ha obligado a repensar las ciudades por las que transitamos. Estamos frente a una sociedad imbuida en nuevos patrones y novedosas formas de producción e interacción social.
El conjunto de creencias, conocimientos, actitudes y emociones que teníamos en nuestra mente migraron hacia la búsqueda de entornos más participativos que respeten el medio ambiente, permitan una movilidad más razonable y sean más seguros.
Dependiendo del prisma que utilices para analizar la irrupción de esta nueva forma de vivir, podrás ver: todo aquello que perdimos o encontrarle lo positivamente revolucionario; pero lo que estoy seguro, es que es irreversible. Luchar contra el futuro es una batalla perdida, hay que adaptar todos los instrumentos políticos, sociales y económicos que conocemos. Todo esto, con un dato alentador en este desafío: es más fácil avanzar cuando sabes que ya no se puede retroceder.
Si a lo que nos enfrentamos es a una nueva cotidianidad, su correlato urgente es la modificación de los entornos. Es de vital importancia comenzar a replantearnos las ciudades en las que transitamos.
Hay que saltar de centros urbanos burocráticos y oscuros a ciudades inteligentes que nos desafíen y nos permitan aprovechar toda la revolución tecnológica en post de una mejor calidad de vida.
Bajo este marco, las ciudades que tengan la pretensión de ser innovadoras y sostenibles necesitan ser rediseñadas y reconstruidas para adaptarse a los novedosos requerimientos de sus habitantes y visitantes, siempre teniendo en cuenta su diversidad, es decir, debemos tener una mirada holística que permita a los gobiernos locales ir desplegando servicios según prioridades, situando las necesidades de las personas como elementos centrales y objetivos de las actuaciones.
Para que el Estado acompañe esta nueva cosmovisión, debemos caminar hacia las denominadas smart city, en donde la relación con los vecinos ya no es constituida por un sinfín de entorpecimientos presenciales. Muy por el contrario, la tendencia es la construcción de puentes electrónicos que simplifiquen los tramites de manera virtual y permitan mayor participación del conjunto en la cosa pública, con el fin de construir un ciudadano que se apropie de los espacios estaduales para sentirse pleno.
Este modelo de administración pública mas capilar y cercano, ya lo estamos vislumbrando de forma primigenia en experiencias como el gobierno abierto, el Boti y los sistemas de realidad aumentada para la provisión de información (ciudad 3D), hay que multiplicarlas y expandirlas.
El diseño urbanístico también debe reconfigurarse hacia un modelo más comprometido con el medioambiente. La política, la ciudadanía, el mercado inmobiliario y la ciencia deben acelerar un cambio que permita la transición ecológica hacia un modelo que respete la regla 3-30-300 propuesta por el profesor de ecologización urbana y silvicultor holandés Cecil Konijnendijk. Cada uno de nosotros debe poder ver desde la ventana de nuestra propia casa al menos 3 árboles, los vecinos de un barrio deben tener al menos un 30% de vegetación y, por último, vivir a un máximo de 300 metros de un espacio verde.
Aplicar esta regla recomendada por la Organización Mundial de la Salud ayudaría a controlar la temperatura ambiental, mitigar inundaciones y mejorar la salud mental.
Multiplicar los parques públicos para poder caminarlos, disfrutarlos y convertirlos en sitios de interacción social aumenta nuestro bienestar físico y nos permite una zona de esparcimiento en ciudades con poco espacio privado.
La gestión del agua tampoco debe estar ajena a esta impronta. Necesitamos, en principio, el acceso irrestricto de todos los habitantes a este recurso y en segundo lugar, la utilización de tecnología limpia que conlleven buenas prácticas sustentables en su reparto, uso y depuración.
Estas transformaciones medioambientales deben incluir la forma de desplazarnos, ya que debemos avanzar hacia un transporte público eléctrico que funcione de manera interconectada, con el fin de disminuir el ruido y la polución.
La movilidad es un desafío clave, y allí, la inteligencia artificial está desempeñando un papel importante en su optimización. Transitar por la ciudad debe dejar de ser una tortura, y esto no está lejos de lograrse, si convergemos en un sistema de transporte inteligente que supervise y gestione el tráfico urbano empleando técnicas analíticas avanzadas para llevar a cabo análisis predictivos, en tiempo real y con perspectiva histórica, incluidos informes contextualizados sobre los incidentes y el tráfico.
La seguridad con la que transitamos está nueva realidad también pude ser modificada a partir de los instrumentos tecnológicos que ya disponemos. En este sentido una nueva infraestructura de alumbrado público inteligente y eficiente desde el punto de vista energético en toda la ciudad, permitiría un ahorro, pero también, colaboraría con una ciudad más segura.
De igual manera, la combinación de centros de monitoreo con cámaras de seguridad equipadas con tecnología de aprendizaje automático, que puedan detectar peleas o delitos y alertar de manera automática a las autoridades en tiempo real, es una tecnología que hoy es accesible.
Esa información puede ayudar a reconvertir los mapas del delito, los cuales, con la Inteligencia Artificial pueden ser una revolución en la prevención, proporcionando un análisis de riesgo seleccionado que reduzca el tiempo que los analistas de seguridad tardan en tomar decisiones importantes y eliminar las amenazas.
No es mi intención abrumar desplegando una cantidad infinita de posibilidades inteligentes, sino, ayudar a comprender la magnitud del cambio.
En definitiva, las ciudades ya no son conglomerados estáticos, grises y contaminantes. Se han convertido en organismos vivos capaces de evolucionar según las necesidades del momento. Si logramos realizar una convergencia virtuosa entre la tecnología y la planificación urbana, habremos hecho nuestro aporte y podremos sentirnos orgullosos por dejarle a las próximas generaciones un mundo mejor.
(*) Politólogo, Asesor parlamentario
Escrito por Alexis Chaves