Cuando el peronismo está en el poder su verticalidad es envidiable. Hiperconscientes de que la unidad lubrica el sistema casi tanto como las cajas, son capaces de aliarse con sus peores enemigos con tal de llegar a la cima. El trio Cristina, Alberto y Massa es el último y más extremo exponente de eso. Que haya salido mal es otra cuestión. Pero cuando pierden el poder, comienzan las internas. Con la caída en desgracia de Alberto Fernández y la derrota de Sergio Massa, Cristina Kirchner buscó evitar una autocrítica y mantener su jefatura casi por inercia o por la mera inexistencia de opciones de renovación. Pero eso también comenzó a resquebrajarse. Primero con los gobernadores peronistas que se acercaron al gobierno de Milei, y esta semana con las voces -antes incondicionales- que sugirieron algún tipo de cuestionamiento o deserción. El ejemplo es el intendente Jorge Ferraresi de Avellaneda, otrora refugio de Cristina, que le pidió una autocrítica a la señora y llamó a respaldar un nuevo liderazgo de Kicillof. También fue extraña la sintonia de Jose Mayans, hombre de Gildo Insfran, con la vicepresidente Victorial Villarruel
Esto llevó la interna a otro nivel que le inquieta a Cristina. Después de todo, Ferraresi plantea una continuidad ideológica, pero el coqueteo de Mayans fue con una mujer que se para en las antípodas de Cristina Kirchner, especialmente en lo relacionado al posicionamiento en los 70. Que una renovación en el peronismo gire a la derecha le da escalofríos a Cristina. Y eso es lo que de alguna manera se escenificó ayer cuando Villarruel, pidió reabrir las causas de montoneros, y que todos vayan presos.
La segunda oradora en el acto por las víctimas del terrorismo, fue la ex diputada peronista Claudia Rucci, justo. La hija del ex líder de la CGT José Rucci, asesinado por Montoneros. El kirchnerismo se encuentra con la otra cara de su moneda. Citando los postulados hegelianos, tesis y antítesis. Cristina y Victoria. Cualquiera podría preguntarse cómo llegar a una síntesis, pero no es el momento de síntesis sino de transición en la Argentina. Y transición con turbulencias.
En esa transición se enmarca la anarquía en las filas del oficialismo que se balancea entre ser lo nuevo y negociar con lo viejo. Pero no es el desorden en sus filas -especialmente en el Congreso- lo más complejo. Si el presidente Milei representa un reseteo del sistema, en el Congreso aún prevalecen las mayorías del sistema anterior. Entendiendo el sistema anterior como el que estaba “ordenado”, por decirlo de alguna manera, con la lógica de la grieta.
El Ejecutivo que representa lo nuevo debe obtener gobernabilidad de lo que llama la casta. Sólo así se entiende el costo político de designar a Lijo cuya única ventaja es tener los votos para ser elegido. Al mismo tiempo, el oficialismo no logra ordenarse ni evitar sus propias internas en la cúspide del poder. En los hechos para lograr cierta estabilidad política necesita reducir su dependencia parlamentaria, es decir, necesita una elección legislativa más para hacer pie y no estar a tris de mayorías calificadas, es decir de los dos tercios de votos que pondrían nervioso a cualquiera. Aquí es donde queda espacio para todas las teorías conspirativas de la hora.
Al mismo tiempo en ese sistema que se resetea, hay quienes bracean para no ser jubilados políticos y quienes bracean para usar su última cuota de poder. Eso le pasa a Cristina, que quiere cotizar las bancas del senado que aún le responden lo más alto posible y en ese marco, otorga los votos para Lijo pero espera otros enjuagues que puedan implicar una ampliación de la Corte y lo más anhelado, un procurador que frene las investigaciones por corrupción. Es capaz de asegurarle eso al camarista Mariano Borinski que no era de sus preferidos en la justicia, con tal de bajar la condena de Vialidad que es su espada de Damocles. Hay que reconocerle a Cristina que nunca descansa, pero que además, ve como nadie las hendijas de poder y no titubea en usarlas, aunque sea para el mal.
Desde el gobierno ponen una condición, mejor dicho dos. “Los dos o ninguno”, dice Milei al respecto de la designación de los jueces para la Corte. Y espera que primero voten a García Mansilla y luego a Lijo. Si no entra el primero baja la postulación del segundo. Y recién ahí estaría dispuesto a negociar otras cuestiones como la ampliación de la Corte. Por eso a Cristina la complica la incursión de Villarruel, porque mete ruido en un proceso que ve como una inesperada chance de obtener impunidad montándose en la necesidad del gobierno de Milei de tener un dique de contención en el Máximo Tribunal para atenuar su propia fragilidad parlamentaria. El problema es que empieza a notarse mucho la trama y cuando algo toma estado de notoriedad es más difícil de concretar. La dificultad para lograr el quorum para tratar el DNU de gastos reservados para la SIDE en el Senado fue rara considerando cómo, en Diputados, votaron todas las fuerzas políticas en contra. O el gobierno logró romper la sesión y evitar el primer rechazo de un DNU presidencial en la historia o el resto está negociando. O las dos cosas.
En este contexto de arenas movedizas, y políticos tornasolados la única síntesis es el caos. En medio del río, hacia un nuevo mapa de poder, el sistema político se apresta a poner a prueba la lógica del escorpión. Quién cumplirá, quién traicionará, quién dirá la verdad y quién no. Todo eso está por verse.