No hace ni tres meses de esa foto gangsteril en la que Pablo Moyano le hacía “fuck you” a la oposición rodeado de otros popes de la CGT con quienes acorazaba a Sergio Massa en un palco del recinto de Diputados. El fotógrafo captó la provocación del camionero con el dedo del medio levantado y sin el menor respeto ni por las instituciones ni por las personas. Ese día, sobradores y soberbios festejaban la eliminación del impuesto a las ganancias. El entonces candidato apoyaba su barbilla sobre el pequeño balcón como quien se siente a sus anchas. En aquella época no se quejaban los gobernadores por los recursos coparticipables. Con Sergio Massa como ministro de economía y candidato, a menudo, muchos de ellos, solían perder la memoria.
La película de los días en que Massa ya se creía presidente deja imborrables escenas de la obscenidad del poder.
El día de la Asamblea Legislativa que oficializó los candidatos para el ballotage apareció sólo en un palco, mirando a todos, obviamente, desde arriba. Acostumbrado ya a actuar como virtual presidente sin serlo, nunca tuvo pudores. De ese día, se recuerda una foto en la que se veía a Cristina de espaldas y a él arriba esperando tomar la posta de tanta hegemonía. También hubo otra imagen que quedó un tanto más olvidada. Sergio Massa había elegido un balcón que se ubicaba exactamente arriba de la banca donde se sentaba el diputado Javier Milei, arrinconada casi contra la pared. Allí en lo alto, lo captaron mirando hacia abajo sin temores, como quien tiene todo controlado, incluso a su contrincante. En ese momento, Massa tenía mucho para festejar. Había funcionado su plan de dividir a la oposición, había triunfado ese liberal eccéntrico al que él había dado impulso, pero que era demasiado extremo como para que pudiera vencerlo a él, que no sólo había ganado en la primera vuelta, sino que recibía el apoyo de todos los colectivos que advertían que la democracia con Milei estaba en peligro. La redención del tigrense llegaba en sendos y circunspectos comunicados con membrete, de asociaciones, fundaciones, editoriales, gremios y clubes de fútbol. Lo que nadie veía entonces, es que todos esos colectivos, con vidrios polarizados, por dentro estaban vacíos.
Fue una campaña de desbordes la suya ¿Qué tenía que hacer Massa en un acto de la policía federal por ejemplo? Caminaba marcial junto a Anibal Fernandez, con sus bigotes obedientes. Un ministro de economía revistando tropas. Inentendible. Faltaban dos semanas para las elecciones y los límites que no le ponía la justicia electoral se lo pusieron ese día los abucheos que nadie contó en pleno acto de la fuerza. Muchos uniformados se quejaron por lo bajo de sentirse usados en plena campaña.
El camaleónico Massa en su camino al poder que ya usufructuaba sin haber ganado elecciones incluyó hasta el recitado del Preámbulo durante la asunción de Osvaldo Jaldo como gobernador de Tucumán. La usurpación del ritual alfonsinista rodeado de peronistas como los que le hicieron la vida imposible con trece paros generales al radical, parecía una tomadura de pelo. Pero por qué renegar del descaro si tanto le había rendido.
Sergio Massa, que ya se probaba la ropa, que ya se movía como el jefe, que ya disponía de la caja, de la fuerza y de la ley, como alguien dijo una vez de él, volvía a almorzarse la cena. Las humillaciones, verdugueadas y psicopateos con que intentó aniquilar a su rival en el debate, lo hicieron sentir invencible. Pero en realidad, su ferocidad lo había dejado expuesto, al desnudo, como lo que realmente era. En ese tour de force psicológico que intentó para degradar a su competidor, jamás mostró una pizca de autocrítica por la situación miserable en que deja al país.
La montaña de plata que se gastó en las elecciones será una deuda amarga que pagaremos todos los argentinos con reventones de inflación, mientras caminamos por el desierto que ojalá lleve a un destino de prosperidad. Massa andará ya acomodado en algún cargo conseguido por esos amigos empresarios que no tiene, mientras aquí latigará con llamaradas la inflación rezagada y los costos del dispendio de su campaña electoral.
Ayer, luego de andar desaparecido y tras las cortinas de la derrota, Massa reapareció para una última escena de demagogia, girando miles de millones a las provincias para el pago de aguinaldos. Justo al mismo tiempo que el Presidente electo les reclamaba a los gobernadores hacerse cargo de sus gastos.
El que deja la herencia flamígera, aparecía con billetazos de falso Robin Hood con la plata de todos.
Los argentinos deben saber moneda a moneda, la magnitud del desfalco y los millones en rojo que quedan por toda tenencia en el Banco Central: las Sira para importar, la plata del Swap Chino, los acuerdos secretos por el Swap Chino, si se usó dinero de los ahorristas, si se empeñó hasta los lingotes de oro, y los cargos que se repartió a mansalva para ocupar el estado antes de irse. Derecho de inventario, y denuncia a la justicia, porque no sólo emitir es salir de caño. Los que se van del gobierno creyeron durante demasiado tiempo que el estado era de ellos y que podían meternos a todos las manos en el bolsillo. No denunciarlos, cuando corresponda, como corresponda, es regalarles encima de lo que se llevaron, cheques en blanco de insoportable impunidad.
Y deja amargas deudas que pagarán con sufrimiento todos los argentinos.