Héctor Alterio se encuentra radicado desde hace 40 años en España pero, cuando el actor recibió el Goya de honor, la máxima distinción del cine español, le dedicó el premio a la Argentina. Más de 150 películas [posee un récord único: cuatro de ellas fueron nominadas al Oscar como mejor película extranjera] y 50 obras de teatro conforman su trayectoria que sigue sumando capítulos.
Héctor Benjamino Alterio Onorato, es su nombre completo. Nació hace 91 años. De ascendencia italiana, por parte de padres -Giovanni Andrea Alfredo Alterio y Elvira Onorato-, argentino por nacimiento y español por exilio, Alterio tuvo que salir de Argentina en 1974 para eludir a la dictadura militar argentina y las amenazas de muerte de la Triple A.
“Muchos me dicen que mi nombre estaba predestinado a algo grande. Estoy seguro que la elección no fue ex profeso. Héctor fue un guerrero. Alterio, el otro yo, es el apellido de la familia, italiana de toda la vida. Onorato, significa honorable. Y lo de Benjamino es porque fui el pequeño de la familia. Éramos cuatro hermanos. Fallecieron todos. Soy huérfano de hermanos desde hace 10 o 15 años, y aquí sigo.”
El maestro Confalonieri llamaba a menudo la atención de Héctor Benjamín, el hijo más travieso del matrimonio de inmigrantes italianos que se instaló en el barrio de Chacarita. Ese hombre fue no solo un docente responsable, sino un espectador de lujo, quizá el primero que advirtió que aquel pequeño era diferente. En un rincón del aula, a sus 8 años, en penitencia, sentía algo diferente al remordimiento: "La diversión que generaba a mis compañeros me proporciono en cierta medida el gusano del protagonismo y así empieza a nacer mi vocación". A los 12 años su padre falleció y ese hecho le forjó su personalidad. Se convirtió en una criatura tímida, algo que no tenía tanto que ver con la vergüenza, sino con el dolor, y salió a la calle a ganarse el pan como vendedor ambulante.
El primer personaje que interpretó fue en los carnavales, su momento preferido del año :Los carnavales eran mi momento preferido del año. Me divertía mucho porque me disfrazaba y salía a la calle, solo. Era muy tímido, muy apocado. Me sentía feo y me ponía algo encima, algo distinto, y eso me proporcionaba a mí ser otro. Esa era una fiesta, pero una fiesta con una responsabilidad absoluta. Hacía todo eso, para mí mismo”.
Estudió arte dramático y comenzó a trabajar como actor, a la vez que desempeñaba diversos oficios, entre ellos el de vendedor a domicilio, pintor en el sector de la construcción y visitador médico. Su debut en los escenarios se produjo en 1948, cuando protagonizó “Prohibido suicidarse en primavera”. Al finalizar sus estudios de arte dramático, crea la compañía Nuevo Teatro en 1950, que le supone ser un renovador de la escena argentina de la década del 60, tuvo la compañía a pleno rendimiento hasta 1968: “El movimiento Nuevo Teatro surgió cuando tenía 20 años. Fue espléndido, con Alejandra Boero y Pedro Asquini, como responsables de ese movimiento nació todo. Eso fue en el 50, y duró hasta el 70, pero todo sin cobrar. Lo hacíamos por vocación, pero me proporcionó una formación realmente solida. Hice autores desconocidos en esa época que hoy no lo son. Fue una época maravillosa, hasta que tomé la decisión de independizarme y empecé rápido a hacer televisión y cine”.
Refiriéndose a que década de su vida elegiría, Héctor no lo duda: “A los 40 me casé – hoy ya cumplimos 50 años juntos, comencé a vivir de esta profesión, porque hasta entonces hacía teatro independiente aficionado. A los 40 nació Ernesto, mi primer hijo. A los 43, Malena, y a los 44 años estaba escapando de mi país para venirme aquí. A los 40 empezó ese otro yo de Alterio”.
Se hizo famoso sobre todo por sus trabajos en el cine que empezaron en 1965 con “Todo sol es amargo”, de Alfredo Mathé. Durante los años siguientes Alterio intervino en algunas de las mejores películas de la entonces nueva generación de cineastas argentinos. Trabajo con Fernando Ayala “Argentino hasta la muerte”, Juan José Jusid en “La fidelidad”, Héctor Olivera en “La venganza del Beto Sánchez” y “La Patagonia rebelde”, ganadora de el Oso de Plata en Berlín. Y con el más destacado de ellos, Leopoldo Torre Nilsson en “El santo de la espada”, “La maffia” y “Los siete locos”.
Mientras se encontraba en España,, durante un viaje junto a Sergio Renán para presentar La tregua en el Festival de San Sebastián, en 1975, fue amenazado de muerte por la organización paramilitar argentina Triple A, por lo que decide no regresar a Argentina y residir desde entonces en España, donde consiguió también la nacionalidad española. Se reunieron con su esposa Modesta Ángela Bacaicoa Destéfano, y su hijos Ernesto Alterio y Malena Alterio , que siguieron sus pasos en la actuación: “No nos fue fácil, pero estoy inmensamente agradecido a España que nos abrió las puertas. Siempre respeto la actitud sin compromiso que tuvieron conmigo. Una actitud generosa de gente que no me conocía, que no sabía de mis posiciones. Obviamente, todos eran antifranquistas. Todos fueron desinteresados, te prestaban dinero, te daban trabajo. Eso me conmovió mucho, todo está guardado en mi corazón como un tesoro. El exilio no es fácil para nadie. Saber que no podes regresar a tu país, que tu mujer y tus hijos corren riesgo de vida, es un sentimiento inexplicable. Malena tenía ocho meses y Ernesto cuatro años cuando llegamos a España con nosotros en el exilio. Luego comprobé que todo lo que pasaron fue muy duro. Los admiro y los valoro todavía más por cómo asumieron todo lo que les ocurrió. Pese a su dolor y los momentos angustiosos, siempre he sentido que ha habido mucho humor, mucho amor”.
Desde su exilio en 1975, Alterio también ha tenido participación en muchas producciones españolas, dejando memorables creaciones en “A un dios desconocido” de Jaime Chávarri, con la que obtuvo el premio al mejor actor en el Festival de San Sebastián; “El crimen de Cuenca” de Pilar Miró; “El nido” de Jaime de Armiñán, película nominada al Óscar y premio al mejor actor de la Asociación de Cronistas de Nueva York; o “Don Juan en los infiernos” y “El detective y la muerte”; ambas películas de Gonzalo Suárez.
Sin embargo, no dejó de participar en numerosas películas en Argentina, donde fue uno de los protagonistas principales en cuatro de las primeras cinco películas de ese país que llegaron a ser candidatas en la instancia final del Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Dichas películas fueron: “La tregua”, “Camila” , “La historia oficial” (que ganó el premio), y “El hijo de la novia”.
Casi ocho años después de haber partido al exilio, Alterio volvió a pisar la Argentina. A partir de 1983, con la caída de la dictadura de Jorge Rafael Videla y el retorno de la democracia, pudo volver a trabajar en Argentina; reclamado sin embargo por los más prestigiosos cineastas de ambos países, alternó constantemente sus trabajos en producciones españolas y argentinas.Ya había filmado “Los siete locos” junto a Alfredo Alcón, había trabajado en La maffia, dirigido por Leopoldo Torre Nilsson, y había sido un gaucho en Don Segundo Sombra, de Manuel Antín, pero el cine nacional dejaba aún una puerta para él. Ese hombre recio, de voz firme y presencia de trazos implacables estará por brindarle alguno de los personajes mejor construidos de la pantalla grande. María Luis Bemberg lo convocó para Camila (1984), donde interpretaría a un padre más leal a su Gobierno, que a su propia hija. Si esta historia de amor trágico tuvo un impacto internacional, La historia oficial (1985), de Luis Puenzo, le hablaría al mundo de un tema que por entonces no toda la sociedad conocía.
“La historia oficial” es un capitulo a parte en la vida de Alterio y así lo cuenta: “Era la primera película que se hizo en mucho tiempo sin que la censura tuviera algo que ver. Con ese film tuve una sensación muy importante... sentí en cierta medida que sobrepasaba mis posibilidades como actor porque además del Oscar y del gran trabajo de Norma Aleandro, dio la vuelta al mundo. Sentía que le estaba diciendo a la gente lo que nos había pasado y que no queríamos que nos volviera a suceder. La película la hicimos con total libertad, pero me proporcionó a mí una responsabilidad, como un poco vocero, donde, a través de mi trabajo le contaba al público, lo que nos había ocurrido a los argentinos”.
Sin dudas, en Caballos salvajes, el film de Marcelo Piñeyro, pronunció la más popular frase del cine argentino: "La puta que vale la pena estar vivo", y así lo recuerda: “Aída Bortnik, gran amiga, con la que tuve la suerte de trabajar muchas veces, hizo el argumento de la película. Estábamos filmando en la provincia de Buenos Aires, en una especie de loma, y nos quedamos sin argumento y estaba todo preparado para rodar. Marcelo Piñeyro tuvo que llamarla para preguntarle qué diríamos. ‘Decíle que diga: «La puta que vale la pena estar vivo»’. Esa frase me ‘condenó’ a mí durante mucho tiempo porque todo el mundo me conocía por eso. Me la gritaban por la calle cuando iba a Buenos Aires. Es un recuerdo muy grato. Uno de los más gratos de mi carrera.”
En 2004 recibió el Goya de Honor y en 2008 el Cóndor de Plata por su trayectoria profesional.
Sigue con apetito de vida, hablando efusivamente de política y de fútbol y entregado a su profesión sin pensar en que “esto” se puede acabar: “yo sé que la pelota está pegando en el poste, aunque todavía no ha entrado. Pero cuando pega en el poste, al poco es gol. Sé que estoy en ese momento. Estoy bien de salud, la retención de la letra no es la misma que hace diez o veinte años… Y el público me responde. Es lo que hace que ese gol siga golpeando ahí en el poste y no me afecte. Sé que entrará…, pero mientras tanto… Tengo apetito, como, discuto de política y de fútbol, hago mis fideos… Es decir, la vida. No voy a pensar que dentro de dos meses, dos años o tres esto se puede acabar. ¿Para qué me voy a arruinar la vida hasta ese momento?”.
Pese a sus 91 años, no piensa en un descanso que le aleje de la interpretación. "La retirada no está en mis planes", apunta, "puede llegar en cualquier momento", aunque no le pone fecha. “Sigo actuando porque vivo de esto y tengo que pagar las cuentas, Y porque hago lo que me gusta. Amo ese estado de alerta, ese estar en vilo que me da el teatro. Eso me mantiene vivo”.
El actor volvió tras la pandemia a recitar en teatro a León Felipe, poeta español que partió al exilio tras la Guerra Civil y se radicó en México. Y que, Alterio, cuando era adolescente, antes de su propio exilio, antes de convertirse en un actor de prestigio internacional, iba a ver a Felipe cada vez que se presentaba en Buenos Aires. Con respecto a esto, Héctor asegura: “Los versos de León Felipe me dan muchas alegrías. Estoy manejando a un público que, desde el silencio absoluto hasta el aplauso más sonoro, me está respondiendo. Estoy tratando de que se me escuche, que se me vea, que se me atienda, que se me comprenda. Estoy hablando yo. Usted pagó para eso, y yo estoy aquí arriba y tengo que convencerle de que estas palabras, que he dicho cientos de veces, las digo por primera vez y para usted solo. Ese es el juego, me divierte muchísimo y me da poder. Me siento poderoso, el domador del silencio, y eso me emociona”.
Héctor, es sobre todo, un gran agradecido. Vive su vida y el escenario con gran alegría e infinito agradecimiento al público que día a día sigue eligiendo verlo y demostrándole su incondicional admiración y cariño.
Su vida y su historia completa, en su propia voz, aquí en Íntimamente con Alejandra Rubio.