Maradona, Messi, Kempes, Fillol y Passarella. Diego, Leo y Mario como las grandes estrellas de las tres estrellas. El “Pato” porque sus atajadas milagrosas lo volvieron único y el “Kaiser” porque si la mirada, sobre todo la riverplatense, logra no mezclar su gestión presidencial, se trata de un defensor cuyo goleo y personalidad lo transformaron en el único argentino bicampeón del mundo. El quinteto, más allá de lo subjetivo de los gustos, parece inmaculado e inamovible más allá de tratarse de un ejercicio lúdico y subjetivo.
Pensar en un sexto elemento para sumar al Olimpo de los dioses de la selección argentina, implica completar absolutamente todos los ítems del formulario para no dejar ninguna duda y además, imaginarlo con un futbolista contemporáneo parece más permeable a la duda. La leyenda y el paso del tiempo son más propensos a legitimar aquello que se extraña y desde esa nostalgia, elevarlo a una categoría superior.
No era necesario confirmarlo con un par de partidos amistosos de escaso relieve, pero lo que genera Ángel Di María en el crepúsculo de su ciclo con la celeste y blanca, le otorga un reconocimiento tan merecido como oportuno. La admiración de sus compañeros, el respeto del cuerpo técnico y su prestación en el campo lo distinguen del resto. No hace falta aguardar un puñado de meses para luego de su retiro, confirmar lo que todos sabemos. Es el Messi “terrenal” de éste seleccionado, el distinto de carne y hueso y su aporte a lo largo de más de quince años lo vuelven único en la especie.
El rosarino fue campeón mundial juvenil en Canadá 2007, olímpico en Beijing 2008, de América en 2021 e Intercontinental y del mundo en Qatar en 2022. Esa data de su currículum ya resulta impactante, pero además del logro colectivo está su aporte individual. Allí es donde su figura se eleva a lo más alto como ningún otro a lo largo de la historia. Di María marcó el gol de la final ante Nigeria para obtener la medalla dorada, el toque de emboquillada ante Ederson en el Maracaná para terminar con casi treinta años de sequía, se anotó con una definición distinguida ridiculizando a Donnarumma en la “Finalísima” y nos hizo emocionar como el último eslabón de la jugada más fascinante del mundial para batir a Lloris y consumar una obra de arte que combinó precisión, velocidad y contundencia.
Sus números e hitos no admiten discusión alguna, pero tampoco dicen todo. Omiten un aspecto fundamental en la carrera de “Fideo”. Su éxito deportivo se construyó sobre la base de una fortaleza mental indestructible que lo ayudó a superar el tiempo de lesiones consecutivas que le fueron apareciendo a la hora de otras grandes citas. Sin buscarlo, se transformó en un ejemplo de constancia y superación fenomenal. Como la comedia es tragedia más tiempo, ahora es fácil recordar cuando la presión y sus movimientos explosivos se volvieron un combo letal que lo marginaba de los partidos finales. Eran épocas en las que su cuerpo y su cabeza se volvían su peor rival. A ese enemigo invisible, Di María también les ganó la batalla por goleada y ese triunfo silencioso fue clave para poder disfrutar de todos los otros más evidentes.
El análisis es elocuente y solo atañe a su participación en el seleccionado, porque su imagen de futbolista de elite se agiganta más aún cuando se repasa su derrotero en los mejores equipos de las mejores ligas del mundo. Real Madrid, Juventus, PSG y Benfica gozaron de su talento y aunque su paso por Manchester United no se acercó a lo esperado, también descubrió como era ser parte de la Premier League. No suman en la comparación “seleccionada”, pero describen la valoración que hizo el mundo del fútbol de todo su enorme talento.
Grandes apellidos que hicieron de la historia de la selección argentina un álbum repleto de capítulos extraordinarios, incluso sin haber obtenido títulos, pueden subirse a un top ten histórico de glorias vestidas de celeste y blanco, pero desde un lugar tan personal como ecuánime, éstas líneas ubican al de Ángel Di María como el eslabón perdido entre los cinco “intocables” y el resto. A tan solo un puñado de funciones de dejar su arte, vale el reconocimiento en el tiempo en que su magia sigue siendo plena y contemporánea.
Por nombre y por números, él es el sexto del Olimpo.