Herramientas de Accesibilidad

Martes, 26 Septiembre 2023 14:11

"Fin de ciclo insoportable"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas

En las encuestas de expectativas se registra desde hace un buen tiempo que la mayoría de los argentinos piensa que el año que viene estará peor. Esta certeza de pesimismo se puede leer de diversas maneras. Una, es que una sociedad, más madura que sus líderes sabe que la solución de los enormes problemas que tiene el país no es fácil ni mágica. La otra, es que, simplemente, no ve chances de que podamos estar mejor. La diferencia entre una y otra es su contenido de esperanza. O de resignación. Si pienso que será duro, pero hay una salida y si pienso que simplemente empeorará como si estuviéramos condenados al fracaso permanente.

A ese clima social de expectativas personales negativas sobre el futuro, se suma, la incertidumbre, o mejor dicho la suma de las incertidumbres. Una especie de tormenta perfecta que impide una cotidianeidad en relativa paz. Y todo en un contexto de creciente necesidad que le agrega a la incertidumbre, urgencia.

“Nadie sabe qué puede pasar”. “Todo puede pasar”. “El que diga que sabe qué puede pasar, miente.” Son tres respuestas de analistas sobre el resultado electoral de octubre. Con las encuestas cada vez más parecidas a espejos que deforman, es mejor, no mirarlas para no confundirse, como en los laberintos de espejos. La elección es la más incierta que se recuerde desde el regreso de la democracia. Y para el clima de época, quizás nada sea mejor metáfora que la contratación de una numeróloga en el Banco Nación. Si ellos tienen que apelar a lo esotérico qué le queda al resto.

Pero no sólo no sabemos lo que pasará en las elecciones presidenciales. Tampoco sabemos lo que costarán las cosas que necesitamos para vivir esta misma tarde o con un poco de suerte mañana por la mañana. Y si nos alcanzará para pagarlas. Lo que además nos pone en contexto de supervivencia con la adrenalina de quien escapa de un enemigo poderoso que le da caza. Y ese gigante llamado inflación siempre es más rápido que sus presas.

El país se ha convertido en un lugar sin precios. La moneda nos expresa como pocas cosas. Se ha roto la noción misma del valor. Una economía sin precios en la que el estado quiso imponer la fantasía de que podía controlar los precios y que en el abismo de una hiperinflación lleva esa fantasía a su máximo nivel. Actuar como si no hubiera consecuencias. Emitir plata como si no pasara nada. Como si no hubiera mañana.

Cuando hablamos del 22 de octubre, no sólo hablamos de la elección presidencial, también hablamos de la frontera que lo separa del 23 de octubre, día en que empezará a sincerarse el efecto de la orgía de gastos, que en nuestra cara hace el gobierno para que voten al ministro de economía que profundizó este desastre. Hablando de espejos que distorsionan: sería algo así como hacer creer que Sergio Massa es Brad Pitt. A eso se compara la increíble gesta para pedir el voto por el ministro de los tres dígitos de inflación. En un país normal no sería candidato. Pero es tan finito el margen entre las opciones, que todo puede pasar, y también eso.

En resúmen: sabemos que estaremos peor, no sabemos lo que pasará en un mes ni sabemos lo que pasará hoy a la tarde. Este cumulonimbus de lo que no sabemos impacta directo en nuestro comportamiento: tratamos de protegernos. Cuando todo puede pasar, proyectamos directamente los peores escenarios. Tratamos de gastar la plata antes de que pierda valor, de comprar ganándole a la inflación, de migrar el dinero que tengamos a donde dure unas horas más o unos días más lo que vale: o desensillamos hasta que aclare, es decir, postergamos cualquier plan. ¿Quién inicia una inversión, o planea un viaje o desarrolla un proyecto de negocio en este contexto? Todos condenados por un gobierno que decidió no tener plan, que no creía en tener plan, y se jactaba de ello; y que nos deja con la lengua afuera sin poder planear nada, absolutamente nada.

Es imposible que este combo no nos de la sensación de estar corriendo hacia ningún lugar, pero corriendo todo el tiempo. Y si uno corre hacia ningún lugar sólo se agota. Como el hámster en la ruedita. Entonces, estamos agotados de toda esta energía que se nos va, en no llegar a ninguna parte.

Dicen que el populismo te propone soluciones fáciles a problemas complejos y culpa a otros mientras no puede resolverlos hasta que todos se dan cuenta del truco. Estamos en esa fase. Ya no quedan culpables, nos dimos cuenta del truco, pero dejaron tan diezmado hasta el presente, que vivimos en un estado terminal.

Así estamos llegando a octubre.

¿Enero? Es un enigma. En la costa ofrecen alquileres en dólares. Al menos el dólar seguirá siendo el dólar. De todo lo otro no sabemos. Es inaudito que en este contexto, la líder política más influyente de los últimos veinte años, Cristina Fernandez de Kirchner, hable como si no tuviera nada que ver con lo que pasa. Es quizás uno de sus últimos actos como prestidigitadora: esparcir entre sus fieles la idea de que ella no fue. Después de todo, nunca le faltaron teorías conspirativas.

El fin de época se va en fade como esas relaciones breves en que una de las dos partes directamente deja de contestar. Pero la fiesta irresponsable deja un tendal.

Como en ese canónico poema de Yeats, “todo se desmorona” y “el centro no puede sostenerse”. Al modelo fallido parece seguirlo el vacío. El vacío moral y el vacío material que deja el populismo kirchnerista. Puede ser un abismo donde se pierdan nuestros gritos de furia, o puede ser el lugar propicio para volver a construir. Para hacernos las preguntas que nos lleven hacia algún lugar, y ojalá hacia la salida del laberinto.

Hay algo fundamental que sigue intacto, mientras se derrumba este castillo de naipes.

Las leyes que aún nos rigen y deberíamos honrar para empezar de nuevo. Es un milagro humilde, pero es un milagro que la Constitución haya resistido este asedio y también las instituciones de la república. Hace un tiempo, me dijo un publicista, que llegamos a un punto en que “somos como balseros”. ¿A qué orilla llegaremos?

¿Lo dejaremos a las olas? ¿Usaremos la brújula o la tiraremos al mar?