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Viernes, 24 Noviembre 2023 17:06

"La Caída"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas

La atención se concentra en lo que viene, pero quiero tomarme un minuto para observar lo que se va. Es una noticia por sí misma que estemos hablando del futuro. Porque, aunque parezca una redundancia, se va el pasado, en más de un sentido. El pasado siempre se está yendo, pero en Argentina el pasado fue el tiempo elegido por el kirchnerismo para atornillar el presente, asegurar su poder y garantizar su impunidad.

Un pasado que intentaron reformular a su gusto, no sólo por la romantización de los grupos armados de los 70, o el uso de los derechos humanos, sino también por el carácter fundacional que se arrogaron, como si la Patria de hecho hubiera recomenzardo con ellos. No era metáfora que el 25 de mayo hicieran a un costado la celebración del primer gobierno patrio para convertirla en efeméride propia. Parece anecdótico, pero no lo era. Parte de la instalación de aquel relato utilizó las columnas simbólicas de nuestras nociones de Patria.

Pero no sólo la imposición de su interpretación del pasado era parte de ese software, para demonizar o suprimir toda tradición que se les opusiera. También declararon enemigos a quienes les disputaran el relato del presente, la crítica, la información. Por eso detestaron al periodismo independiente. Cuando la palabra cancelación aún no poblaba las redes, ellos la preanunciaban con métodos de policías del pensamiento, en programas como 6,7,8 o con sus medios adictos. También la ley de medios para someter a la prensa fue parte de aquellas estratagemas.

Pero no sólo se trató de una maquinaria ideológica de propaganda sustentada por los millonarios recursos del estado. A lo largo del tiempo, desarrollaron un modelo donde la mano larga del estado debía controlarlo todo. Ocupar directorios de empresas, ordenar sus ecuaciones de costos, intervenir en la formación de precios, en las transacciones comerciales internas y externas, y sobre todo en la ganancia, mediante la imposición de tributos que siempre pujaron para cruzar la línea de lo confiscatorio. El estado era más importante que los individuos. En vez de servirlos, los hacía sirvientes. Y nunca fue un objetivo oculto: para Cristina Kirchner, el modelo a seguir era el modelo chino, donde el estado es más que un árbitro o un facilitador, es el dueño y el interventor. Y de ser necesario el expropiador. Fueron las formas de cambiar el sistema desde adentro y cargarse de facto derechos y garantías que proclama la constitución. En los tiempos en que Cristina soñaba con una reforma constitucional, los borradores incluían la sujeción de la justicia bajo el Poder Ejecutivo y la atenuación del derecho de propiedad. Como no pudieron hacerlo por ley se propusieron hacerlo de todos modos. Y casi lo lograron. El estado le pisa la cabeza y le dobla el brazo a la iniciativa privada.

Las expectativas, las dudas y el entusiasmo por la novedad de un nuevo tiempo, están dejando en un segundo plano, esta caída estruendosa. Lo que perdió, lo que se va, es más que un espacio político: es una religión. Cristina Kirchner siempre se sintió por encima de las leyes, y promovió el culto a la personalidad propio de las autocracias. Lo hizo con la figura de su marido y con la propia. Los líderes que siempre admiró hablan de sus propios anhelos: Fidel Castro, Hugo Chavez, Vladimir Putin o Xi Jinping no son los líderes de democracias prósperas sino de regímenes sin libertades. El próximo 11 de diciembre, la señora Kirchner despertará sin fueros, y el año próximo la esperarán tres juicios orales: el de Hotesur-Los Sauces, el del Memorandum con Irán, y el de Cuadernos de la Corrupción. A todos los quiso frenar. No podrá como no pudo con Vialidad, en el que fue condenada aunque se declaró a los gritos absuelta por la Historia, al comenzar este gobierno que tiene los días contados.

Es curioso que muchos de los que advirtieron sobre peligros para la democracia, no hayan detectado en ella el peligroso afán de descabezar uno de los poderes de la Republica, como lo es la Justicia. O la inversión de hecho en la jerarquía constitucional cuando la vicepresidenta era en realidad la presidenta en ejercicio desde las sombras. Ni hablar del golpe de palacio que llevó a Sergio Massa a erigirse en virtual primer ministro con la suma del poder de un jefe de estado, sin que nadie lo hubiera votado, y sólo bajo designios de la señora y su facción destituyente. La aventura incluyó el uso escandaloso de recursos públicos para apuntalar su candidatura. Vimos presidentes intentándolo todo por la reelección, pero nunca usurpadores de presidentes intentándolo todo para mantener el poder. No van a alcanzar las veces que se lo reitere: ese inmoral dispendio debería ser materia obligada de investigación judicial. Sobre todo, a la luz de la miseria que dejan, que ya no hace falta enumerar.

Finalmente, la otra dimensión del pasado a la que condenaron a la Argentina, es la que la desacopló de la nueva economía global, forzando al país a un sistema vetusto de cepos soviéticos, para mantener los privilegios y los negocios. Abrir el mercado no sólo era algo a lo que se le oponían desde lo ideológico. Era también perder el monopolio sobre los negocios y las licencias de la corrupción. Ese monopolio era la verdadera matriz que fingía ser una cruzada por el pueblo mientras el pueblo sólo se empobrecía. Hasta que dijo basta. Porque la principal derrota, es que el pueblo les dijo que se vayan. Fue una mayoría abrumadora de los argentinos, hartos de estar atrapados en la decadencia, hartos de no tener salida más que Ezeiza, hartos de no tener futuro, en nombre de tanto pasado.