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Miércoles, 15 Mayo 2024 13:44

"La profecía menemista de Milei"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas. 

Dicen que lo sagrado se convierte en pagano cuando cambia la religión.

El kirchnerismo quiso convertir en pagano el ismo que lo había precedido y del que había formado parte, -el menemismo-, para forjar su propia religión en el movimiento de Perón. Tenían que convertirlo en herejía y en pecado capital, cancelarlo para postular exactamente lo contrario y simular incluso una superación moral. Pasaron de votar la privatización de YPF a estatizarla catastróficamente. Para Kirchner, Menem también era el mejor presidente de la historia.

 

Con el tiempo, los mayores escándalos de corrupción del menemismo iban a parecer delitos menores a la par de los de Néstor. Jorge Asís sintetizaría la paradoja: “Néstor Kirchner era un líder de culto y un fenómeno delictivo en simultáneo”.

 

Pero claro, esa necesidad de mostrar todo negro o blanco para construir al enemigo, más las ambiciones de parecer de izquierda y conquistar a los progres, también condujeron al fácil atajo de demonizar los 90 para construir su propia épica populista.

Con el país en llamaradas por la inflación, con el kirchnerismo ya radicalizado, Javier Milei hizo lo prohibido en un programa de panelistas intratables: cometió la herejía de elogiar a Carlos Menem. Y contó ayer, al colocar en la Rosada el busto del Ex Presidente desterrado de la historia por los Kirchner, cómo el riojano que ni aún en el ostracismo judicial había dejado la política le predijo que iba a ser presidente, tras aquel elogio por TV.

Aquella premonición de Menem sobre el entonces excéntrico economista que se le animaba a las vacas sagradas del kirchnerismo, tan cultor del gasto público, de la emisión monetaria y del relato típico de las izquierdas caviar, aparece en el origen de la nueva épica: la restauración del liberalismo, ya no asimilado por el menemismo que sumó a la Ucede, sino en una versión que lo contiene: la de Javier Milei. El busto sonriente del Carlo’ –pronunciándolo aspirando la s final- parece reír de la ironía del destino.

La ceremonia con la presencia de Zulemita, la hija del ex presidente, del hermano Eduardo con su hijo Martin y de Lule Menem, fue la continuación de otra escena donde los Milei, se reconocieron como continuadores del reformismo de Menem, al elevarlo como Prócer en el Salón de los Próceres de la Casa Rosada.

Pocas cosas como el menemismo de Milei le provocan más urticarias a su electorado republicano. Pero como tantas cosas en Argentina, el relieve de los legados depende de las circunstancias. Como si fuera parte del mismo deja vu, el combate a la hiperinflación, y la búsqueda de estabilizar la economía traen ecos presentes de los mayores problemas que encontró Carlos Menem al asumir el gobierno.

Pero Milei, sin culposidad alguna en sus referencias, ayer volvió a declarar a Menem, como el mejor presidente de la historia. Una afirmación que pega en la línea gravitacional de la mirada de la historia de radicales, kirchneristas e incluso macristas que elevarían ese estandarte fundacional por Alfonsín, por los Kirchner o por Macri respectivamente. Argentina tierra de amor y venganza podría llamarse la novela. A sabiendas de su propia provocación, Milei eligió ofrecer un argumento estadístico para sustentar su ranking.

Han sido numerosos los intentos fundacionales de la Argentina a los que una y otra vez, una crisis económica les dio su lección de humildad. Nadie puede negar que el gobierno de Menem puede jactarse del período de mayor estabilidad prolongada en el tiempo sin inflación, aunque las sombras de la corrupción, los intentos de hegemonía con la re reelección, y el desempleo pavoroso del final de su gobierno oscurezcan el legado.

El mismo día en que gritó Gol por marcar un dígito de inflación, el presidente Milei, que renegó una y otra vez de la política, y abogó por seguir siendo un outsider a pesar de ocupar el mayor cargo político del país, parece haber encontrado su propia referencia en el Olimpo imperfecto del poder. El busto de Menem, entre el de Mitre y Roca, no sólo es la vindicación del presidente riojano, sino también el bautismo político de un presidente inesperado en busca de su propia profecía autocumplida, entre las luces y sombras del pasado y del presente. Este es el prólogo, al epílogo, como siempre, por bien o por mal, lo escribirá la economía.