Desde chico le apasionaron los animales e insectos. En el patio criaba “fuentones” de lagartijas, sapos, arañas, víboras, un chancho y hasta consiguió un sachet de sangre humana vencida para alimentar a un vampiro. Luego influyó en él un matrimonio vecino, de reconocida trayectoria intelectual y cultural, cuya casa era “toda biblioteca”.
De adolescente se reencontró con su padre y fue a vivir con él a San Rafael, Mendoza. Allí conoció al destacado antropólogo, arqueólogo y naturalista Humberto Lagiglia, director del Museo de Ciencias Naturales de esa ciudad, que le marcó el rumbo de su vida para siempre. Estudió Biología en la Universidad, pero no terminó la carrera, porque los profesores no lo cautivaban como Lagiglia. Se volcó a la filosofía americanista de Rodolfo Kusch y abrazó el arte de la cerámica como un modo de conocimiento arqueológico y antropológico para vivenciar la América Profunda. Viajó a encuentros de artesanos por América y pudo conocer diversas etnias y sus culturas. Aprendió a tocar los aerófonos andinos, quena y sikus y llegó a ganar un primer premio en la realización de Máscaras, que le fascinan porque nos remontan a nuestros ancestros.