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Martes, 19 Marzo 2024 13:29

"100 días y un cambio de fondo más allá de Milei"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas

Un mercado cerrado y sin competencia es el negocio perfecto para sus dueños. Eso era la Argentina, aunque no fuera un negocio para los argentinos.

Vemos en estos días cómo pagamos la ropa más cara del mundo, aunque no la de mejor calidad, o cómo, apalancados por la ausencia de importaciones los vendedores de alimentos hasta nos obligan a comprar lo que no queremos con ofertas dos por uno, para protegerse de nuestra decisión de no validar sus precios. Independientemente de que el gobierno prefiera que los bajen para que la inflación baje, en los hechos, con estas estrategias de falsas ofertas nos tiran por la cabeza el stock que no pueden ya vender porque sus remarcaciones habían estipulado un escenario equivocado. En vez de corregir ofreciendo lo mejor, quieren que paguemos sus errores.

El kirchnerismo le había dado todavía una vuelta más a la Argentina cerrada: intentar que las empresas quedaran para sus amigos y sino sentarse por la fuerza en sus directorios. Entender la figura del testaferro es quizás entender todo en el sistema de poder y dinero detrás de nuestro atraso.

Podríamos decir que los expertos en el poder para siempre son los sindicalistas. Apoltronados por tres, cuatro, o cinco décadas en los tronos de sus gremios se convirtieron en millonarios empresarios, y en custodios de que nada pero nada cambiara, nunca jamás. Y lo siguen intentando, cuando incluso Cristina Kirchner reconoce que son necesarios cambios en la legislación laboral después de inundar el país de planes y jubilaciones por moratoria que pagan los aportes de los que sí trabajaron.

Un sistema tan blindado para los mismos de siempre y por siempre hacía imposible en medio de marañas de trámites, impuestos y regulaciones que cualquier emprendedor pudiera abrirse camino. Las Pymes languidecen cuando la matriz es más que conservadora, feudal. Los dueños del poder, conceden la oportunidad del negocio al que acepte encubiertamente ser su empleado. Con esto se entiende que detesten el mérito.

La tecnología vino para hacer estragos en ese sistema. Por un lado, porque está diseñada para facilitarlo todo. ¿Cuánto más se podía esconder que las cosas no son tan complicadas como querían hacernos ver? Por otro lado, las nuevas tecnonolgías simplifican y abaratan procesos. Lo simple es el peor enemigo de la burocracia y lo barato complica las coimas. Pero si en los negocios, cepo mediante, se podía aún mantener al país con una lógica de los años 50 o 70 depende de la actividad, en la política, el advenimiento de las redes hizo estallar todo por el aire. La democratización fue darwiniana. El estallido fue el triunfo de Javier Milei.

El sistema de representación venía con heridas medulares desde la crisis del 2001 pero no sólo no se fueron todos, sino que se quedaron todos. La soja financió la fiesta de los Kirchner y sus nuevos ganadores. Lazaro Baez pasó de gerente de Banco al mayor terrateniente de la Patagonia. Y el gobierno se metió en el manejo de las empresas con intervencionismo por las buenas o por las malas. Los pocos que se opusieron saben que eso era directamente una declaración de guerra. Basta con mencionar el caso Clarin o Mercado Libre.

El provocativo nombre de la empresa de Marcos Galperin, era en realidad una premonición. En un mundo veloz de redes, bitcoins y monederas virtuales era sólo cuestión de tiempo, que cayeran de verdad los cercos de todo.

Cuando algunos critican el uso intensivo que hace Milei de las redes sociales, olvidan que no se trata de un videojuego sino del lugar donde están las personas. No es la concepción romántica de mensajes pasteurizados con los que llegaba Marcos Peña para poblar la conversación. Es la selva sin filtros donde todo es descarnado, y donde no sobreviven las endogamias de la política que había dominado las últimas dos décadas de nuestra democracia.

El sistema político argentino se parecía muchísimo a su economía de mercado cerrado. Era un mapa con sus dueños y sus territorios muy bien delimitados, hasta que las continuas crisis lo obligaron a intentar remozarse. La incursión de figuras del deporte y el espectáculo como formas de renovación le proveyeron sangre nueva a los partidos, pero no cambiaban el fondo.

El surgimiento del liderazgo de Mauricio Macri desde un partido vecinal a la presidencia de la Nación dio muestras de una nueva dinámica que se organizó para derrotar al kirchnerismo. No era casualidad que el país productivo se enfrentara con las estructuras prebendarias. Pero las redes, multiplicaron el poder de cambio que la gente no encontraba en la política y lo hicieron de tal manera, que instalaron un candidato, a imagen y semejanzas de sus deseos y desmesura, que éste ni siquiera necesitó tener millones en dinero para arrasar con todo lo conocido.

Uno de los paradigmas que rompió Milei, y también las sonoras derrotas de Horacio Rodriguez Larreta y Sergio Massa es que el que tiene plata gana la elección.

Hoy muchos pueden mofarse de la inexperiencia, la debilidad parlamentaria y hasta la mecha corta de los enojos de Milei. Pero la política argentina ya no será como antes. Y no tiene que ver con su carisma o su velocidad para retomar la iniciativa. Todos los partidos quedaron en shock de cara al futuro y bajo procesos de autocrítica que los interpelan. Y las próximas elecciones no están tan lejos.

Los reconocimientos de Cristina Kirchner en su última carta hablando de la necesidad de un estado eficiente o del consignismo en el que quedaron encerrados o las declaraciones del ex ministro Martin Guzman sobre que era tabú hablar de bajar el déficit fiscal y que el modelo k está agotado, suenan a confesiones tardías u oportunistas sobre un modelo que hace tiempo era ilusorio. Aunque la mentira fuera en realidad la gallina de los huevos de oro que ahora muchos temen perder.

“La gente eligió a Milei porque se pudrió”, sintetizó Guzmán en una de las autocríticas más fuertes de quienes protagonizaron el gobierno de Alberto Fernandez.

Los números de imagen positiva del presidente Milei desconciertan a una política que vivió de posponer soluciones y de comprar voluntades con populismo. Independientemente del éxito o del fracaso del actual gobierno, hay un sistema que terminó de caerse a pedazos a la par del derrumbe de la economía y del empobrecimiento de los argentinos. No les alcanzará con intentar obstaculizar a Milei. Su peor problema es que muchos se volvieron obsoletos.