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Viernes, 29 Septiembre 2023 16:14

"Cristina y Luis XIV"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas

Cristina Kirchner no pudo ser Nicolás Maduro porque existe una justicia independiente en Argentina, pero está dispuesta a intentarlo hasta el último minuto del gobierno al que convirtió en su bunker de impunidad.

No es la primera vez que el kirchnerismo se rebela ante la letra de la Constitución. Leyes como la democratización de la justicia o el infame Pacto con Irán, fueron de flagrante inconstitucionalidad.

Lo que no había pasado hasta ahora, es que directamente alzándose contra la Constitución y contra un fallo reciente de la Corte, 36 senadores estuvieran dispuestos no sólo a contradecir a otro poder del estado sino también a proceder al nombramiento de una jueza en forma ilegal o contraria a las disposiciones establecidas por la Carta Magna que rige nuestra vida en convivencia democrática.

El choque contra la Corte ya no puede cambiar la suerte de la Doctora Ana Maria Figueroa, que cumplió 75 años el 9 de agosto y que en esa fecha encuentra el escollo para su continuidad como jueza. Pero el choque contra la Corte representa tanto la furia como la desesperación de Cristina Kirchner por no haberse salido con la suya. La furia y la desesperación de una vicepresidenta que siempre se sintió por encima de la ley.

Y que utilizó para sus fines a un Senado moroso que en todo el año solo tuvo cuatro sesiones, y las cuatro para dedicarse, no a las urgencias de una ciudadanía que sufre, sino a los objetivos de impunidad de la vicepresidenta.

Desde la primera sesión del año en que Cristina Kirchner buscó aprobar los pliegos de la jueza Figueroa, comenzó un ajedrez institucional con un fin claro: extender el mandato de la jueza antes de que caducara, para seguir demorando decisiones sobre causas judiciales clave para Cristina Kirchner y para mantener un voto crucial y toda la influencia de quien presidía la Cámara de Casación.

Como nunca, Cristina Kirchner se había encontrado con algo a lo que siempre le temió: su poder menguado a tal punto que no logró reunir quorum para salirse con la suya mientras el tiempo jugaba a favor.

Pasado su cumpleaños la jueza Figueroa que como mujer de la justicia debe ser la primera en cumplir la ley, se convirtió en una okupa de su propio despacho a la espera de que, vencidos todos los plazos, Cristina Kirchner intentara, mantenerla en su silla. Se tomó una licencia improcedente, y se quedó en plena usurpación generando una situación de tal irregularidad, que hubiera teñido cualquier decisión de la Cámara y de la Sala que integraba de sospecha y nulidad.

Pero antes de que el Senado completara el engendro jurídico fue la Corte la que le puso fin al conflicto, echando a la jueza Figueroa de donde ya no le correspondía estar. Por eso la doctora Figueroa es una ex jueza, y el senado no puede ampliar los pliegos de una ex jueza. Son pliegos extinguidos, porque el mandato venció.

Así de simple y así de terrible. Una facción del partido de gobierno, usaron sus bancas en el Senado para contradecir a la Constitución y a la Corte Suprema de Justicia que interpreta su letra y tiene la palabra final.
Cristina busca el choque final con la esperanza de tener motivos y oportunidad de poner en duda las decisiones judiciales recientes y futuras que la afectan. Si algo intentó evitar a lo largo de estos años, usando todo su poder, fue que las causas Hotesur-Los Sauces y Memorandum con Iran pudieran avanzar. Casi lo logra. Llegó a obtener un inédito sobreseimiento sin juicio. Un escandaloso procedimiento que privaba a todas las partes de lo que consagra el derecho: un juicio justo donde se pruebe inocencia o culpabilidad. Pero no sólo los jueces que decidieron esa aberración fueron apartados, sino que los casos volvieron a su curso. Y es el coletazo de ira por esto, que 36 senadores bajo su dominio terminaron siendo cómplices de un verdadero alzamiento contra la Constitución.

Hay quienes analizan que se abrió un conflicto de poderes. El conflicto de poderes está abierto desde hace años, en los que el asedio al Poder Judicial de la República ha sido permanente y feroz. Su último e inconsecuente capítulo sigue extendiéndose agónico en el juicio político a los magistrados que se lleva adelante en el congreso aún a sabiendas de que el oficialismo no cuenta con los números para votarlo. La testimonialidad de este proceder tiene un fin artero y determinado: intentar evitar que estos jueces y esta Corte sea la que en última instancia reciba las causas que involucran a la vicepresidenta y por ende le corresponda la decisión final sobre su destino penal.

Nada que no se sepa. Cristina buscó, busca y buscará en tanto conserve un mínimo resquicio de poder, garantizar su impunidad y actuar como si a ella no la alcanzaran las comunes de la ley. Ella no se siente una igual.

Como el teatro y como la vida, el poder es un escenario que tiene sus entradas y sus salidas. La salida de escena de Cristina la mostrará intentando destronar no a un adversario sino a la propia República hasta el fin, en sus ínfulas de monarquía absoluta.

Si hubiera un director de escena, la acompañaría oscura, una sombra espectral de Luis XIV, al grito de El estado soy yo, El estado es mío, L’etat c’est moi.