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Jueves, 13 Junio 2024 13:30

"El antiguo régimen fue derrotado en el Senado"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas.

Cuando alrededor de las 4 de la tarde las fuerzas de seguridad hicieron un cerco alejando la manifestación de las puertas del Congreso, quedó claro que se preparaban para lo peor.

El maleficio de las 14 toneladas de piedra no era sólo un mal recuerdo. Aquel día de diciembre de 2017 cuando se trataba la reforma jubilatoria, los desmanes produjeron lo que varias veces, el entonces presidente Macri, llamó un punto de inflexión en su gobierno. Era una coreografía conocida, en la que los violentos, entremezclados en la anomia de la protesta buscaban impedir la sesión. Lo hacían con la misma sincronización entre los incidentes y lo que pasaba en el recinto donde el senador Wado de Pedro reclamaba un cuarto intermedio que la mayoría votó en contra.

La desesperación del periodista de Cadena 3 Orlando Morales al ver cómo incendiaban su móvil marcó la escalada de los violentos.

Senadores kirchneristas reclamaban el fin de la represión al pueblo. La senadora radical Carolina Losada en cambio, salió a registrar los desmanes y a denunciar los intentos de impedir que el Congreso sesionara.

Más tarde, el gobierno nacional escalaría la retórica y llamaría “grupos terroristas” a los violentos e “intento de golpe de estado” a la orquestación que buscó impedir que sesionara el Congreso. El propio presidente no descartó que quisieran tirar muertos. La ministra Patricia Bullrich habló de un operativo perfecto.

No es accesoria la violencia que rodeó la sanción en el Senado de la Ley Bases, porque se trata en realidad de una metodología política que se replica cuando el peronismo es oposición.

El complejo que se dejó atrás entre la tarde de ayer y la del día de las piedras, es que el estado no titubeó en frenar a los violentos y garantizar el orden.

Piedras y todo tipo de proyectiles, banderas convertidas en lanzas, bombas molotov y hasta una granada, hacían a la comisión de delitos y no al derecho de protestar.

La sociedad ya no tolera estas extorsiones.

Dentro del Senado los números fueron ajustados. Tanto, que se requirió el desempate de la vicepresidente para aprobar la Ley Bases en general y para varios de sus principales temas en particular. La dificultad fue tal que fracasó el intento de restituir el impuesto a las ganancias y los cambios en bienes personales, aunque el gobierno logró las facultades delegadas y la declaración de emergencia. Ahora definirá la cámara de diputados.

Por agónico, el triunfo no deja de tener estatura de milagro para un gobierno con apenas siete senadores que logró imponerse en una cámara, que ha sido de dominio peronista durante los cuarenta años de democracia. Lo que se quebró ayer es la hegemonía peronista en el senado. Y por eso, Cristina Kirchner se involucró personalmente para evitar que este día llegara, desde el mismísimo comienzo del gobierno de Milei.

El Senado había estrenado su año parlamentario con el rechazo al DNU, no sólo como una forma de mostrar los dientes, sino como la decisión de bloquear al gobierno y anticiparle que no pasarían esa muralla.

Ciertamente, para Javier Milei, la aprobación de la Ley Bases en el Senado, fue una prueba de supervivencia para su gobierno, porque habilita aunque menguadas las herramientas que pedía, pero también porque valida su poder.

Si la idea de cambio no se puede concretar, el cambio queda en la dimensión de la impotencia, no del poder. La batalla por el cambio que se libró ayer en el Senado muestra también el agotamiento de un status quo que se sigue resistiendo incluso acudiendo al favor de los violentos.

Hoy, la sociedad, en forma mayoritaria, ya no acepta estas extorsiones.

Se puede decir que la ley llega a su meta en forma muy modesta si se la compara con el ambicioso articulado original. Pero así y todo logra cambios que habían sido imposibles de alcanzar, como la reforma laboral y el incentivo a inversiones. Pero quizás no es ese su mayor valor inmediato. Esos efectos se verán en un mediano plazo. En la coyuntura, en el aquí y ahora, le aporta una dosis de confianza invaluable a la gestión libertaria que transita aún el valle de lágrimas de la recesión a la espera de alguna señal en el desierto que anuncie por fin la recuperación de la economía.

Luego de dos semanas aciagas para el gobierno, los planetas parecieron alinearse en estas horas. Hoy, con ley puesta en el Senado, se conocerá el más bajo índice de inflación de los últimos dos años, ayer se logró renovar por un año el swap con China por 5000 millones de dólares, el ministro Caputo anunció que negociará un nuevo acuerdo con el Fondo, y el fin de la tasa negativa. La subtrama de estas cuestiones es acelerar la llegada de dólares para levantar el cepo y dar claridad sobre el rumbo económico. Es como si el gobierno en estas horas hubiera tomado un tónico revitalizante luego de estar expuesto a severas dosis de kriptonita.

“La gente le tiene más miedo al pasado que a la motosierra”, afirmó ayer el senador Luis Juez.

Ese es el duelo de fondo en Argentina. Un duelo entre el pasado y el futuro.

Y como no hay populismo sin plata, ese pasado chocó con sus propios límites por la pobreza que generó con dispendio mientras sofocaba a las fuerzas productivas y agobiaba a la sociedad con cepos e impuestos.

La búsqueda de lo opuesto se sostiene hoy por una enorme voluntad de cambio que aún debe sortear importantes obstáculos. Anoche el antiguo régimen fue vencido en el Senado. Ahora, el gobierno ya tendrá las herramientas que reclamaba y la prueba real serán los indicadores de la economía. Si eso funciona, asistiremos al mayor cambio del mapa político desde el regreso a la democracia que se consolidará en las elecciones de medio término. Si no funciona, ya sabemos de lo que son capaces los que están del otro lado. Ayer lo dejaron muy claro.