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Lunes, 30 Octubre 2023 14:32

¿Podrá salir Argentina de su trampa populista?

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas

Argentina llegó en su experimento autoinflingido al corazón de la trampa populista. ¿Podrá salir?

Las postales de la Venezuela tan temida se propagaron por todo el mapa nacional como inquietante apocalipsis presente y porvenir. La metáfora de no ir hacia ningún lugar se hizo real por la falta de combustible para ir hacia cualquier lugar.

La bronca, el hartazgo, el reclamo recibieron la cachetada acostumbrada por parte del domador: ahora, resulta que somos todos psicóticos. “Se instaló una psicosis y muchos salieron a stockearse”, dijo la secretaria de Energía Flavia Royón, en nuestra cara.

La psicopatía desde el poder siempre fue un sello kirchnerista. El ministro candidato Sergio Massa acaba de aprobar otro examen que lo acerca a Cristina, a Alberto y a Maduro. Ella culpaba al abuelito amarrete por comprar dólares, él decía que la inflación es autoconstruida y Maduro... ya sabemos. Ahora, en medio de la escasez producida por fijar un precio que es el tercio del valor real, Sergio Massa, en vez de explicar, sale a amenazar que con su competidor en las elecciones, el combustible saldrá más caro. ¿Se trata de que cueste igual o de que se consiga, señor ministro? ¿De qué sirve la ganga si el auto no anda?

En el paraíso populista las cosas salen baratas, pero no se consiguen. Eso sí, amenazan con que si osamos desatarnos del pesado grillete del control todos los males se vendrán sobre nosotros. ¿Es que acaso los males ya no están? El cinismo que supimos conseguir se nos ofrece a manos llenas.

Parecería una cuestión de locos o de tontos quejarse, establecer parámetros de normalidad, o intentar que alguien por lo menos una vez no mienta desde el poder. Pero envalentonados por el apoyo de quienes lo eligieron, el ministro candidato y toda su troupe, arremeten látigo en mano contra la población desconcertada.

La panacea distópica encuentra un domingo de escasez, en el mismísimo Obelisco, a una marcha de hombres araña que buscan un record mundial y a una marcha de ciudadanos que despotrican por sospechas de fraude en las urnas. Al caer la tarde las calles céntricas y la Plaza de Mayo, arrancadas de su bostezo dominical, despertaron alertadas por la protesta que llegó a las puertas de una Casa Rosada que hace tiempo parece de utilería.

Caminamos a ciegas hacia el día del ballotage. En alerta por los que puedan intentar manipular fraudulentos el proceso electoral. Preocupados por la fiscalización. Azotados por tanto desprecio estatal. El poder habla como si todo estuviera bien, y nos niega en la cara que todo esté mal. Negar la verdad es el más perverso poder de los déspotas. Se creen dueños de la mismísima construcción de la realidad.

Cualquiera podría decirnos a los que osamos elevar la voz que nuestras palabras se elevan mudas. Que no tiene sentido protestar. Que allá arriba se matan de risa y se salen con la suya. Pero, aunque sea como pregonar en el desierto, aunque sea como ladrarle a la luna en una noche sin Dios, aunque sea como último vestigio de libertad, para no rendirse, es mejor denunciar, exigir, reclamar, gritar.

Es hoy que se cumplen 40 años de democracia, del regreso de la voluntad popular. Es un cumpleaños triste, porque el país agoniza ante una insoportable decadencia.

La anestesia populista ya no adormece a nadie y la crisis acelera su dinámica ante nuestros ojos. Con todos los parámetros rotos, avanzamos hacia la instancia decisiva. No podrá decir que no sabía el que decida seguir igual. Ya no hay ilusiones ópticas. Y si es así, si se rompe la alternancia cuando la degradación es total, se habrán robado hasta la dignidad del que por propia voluntad ya no decide ni castigar. Y peor, se habrán robado hasta la rebeldía.

Hoy nos asomamos a dos caminos posibles: uno asegura la continuidad de la decadencia; el otro ofrece un cambio que demanda todo nuestro atrevimiento.

En lo personal, hay dos cosas que me asustan mucho más que la crisis: una es la obediencia. La otra, es la falsa, la falaz neutralidad.