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Miércoles, 01 Noviembre 2023 13:45

"Quieren hackear la democracia"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas

Massa decía que con Milei el precio de la nafta se iría a 680 pesos pero con la escasez por sus políticas en algunos puntos del país se fue a 1000 pesos.

Massa decía que si se liberaba el precio de la nafta iba a costar 800 pesos, pero con la escasez por sus políticas, en algunos puntos del país superó ese precio.

Hay un día en que al vivo se le festeja las ocurrencias para salir del paso en situaciones difíciles. Pero otro día, los mismos que aplauden la avivada se dan cuenta de que a quien les toma el pelo es a ellos.

Eso pasa con el ministro de economía y candidato presidencial. Dejó a la población exhausta por no tener combustible. Perdiendo tiempo, dinero, trabajo, con esperas de horas, con recorridas infructuosas por una gota de combustible, con sensaciones de una temida Venezuela. Y el problema no está terminado. La carencia de lo indispensable es otro signo del agotamiento de un modelo que encima amenaza con perpetuarse.

En estas horas, voces oficiales, osaron apelar a las explicaciones más increíbles. El ministro candidato culpó a las empresas para luego simular ser el salvador porque salía a apretarlas en coincidencia con la llegada de los barcos de combustible que arreglaba tras las cortinas de la negligencia. Como si la gente no le hubiera sacado ya la ficha. ¿Tan mala es la gestión que no pueden prever una faltante manejando la empresa estatal que fija el precio?

Hasta un chico sabe que fijar precios termina en escasez y que los controles de los sheriffs de las góndolas nunca bajaron la inflación.

Ahora, luego del desabastecimiento, como era obvio, y por vencimiento del acuerdo de precios, el valor pega un salto de 10% acumulando 72% en lo que va del año, y ni así, con una cifra que en cualquier lugar sería un escándalo, logra empardar la inflación que a noviembre es de casi el doble, y suma 120%. Como con el pasaje del transporte, como con todo, el precio real, lo que terminaría denunciando es cuánto nos empobrecieron.

A la viveza se la puede aplaudir en un debate, en un partido de truco, pero en la piel de cualquier argentino se siente lisa y llanamente como un abuso. Mejor dicho, como otro abuso del poder.

Igual que cuando no se ponen colorados por la treta de mantener el feriado el día que la gente debe honrar su derecho de votar. Que el gobierno en vez de disponer de todos los recursos posibles para que los ciudadanos ejerciten sus derechos; en vez de estimular la participación cuando cumplimos 40 años de democracia; en vez de fortalecer la concurrencia cuando el sistema da señales de desencanto o insatisfacción... en cambio especule con esos sentimientos de desazón para que la gente desista, por el mero cálculo político de que, en definitiva, se tomarán el feriado los más pudientes, esos que después de todo, no los votarían jamás a ellos. Sean dos millones de personas, como pondera la oposición, o sean menos por la crisis económica que no deja a nadie afuera, reciben el mensaje equivocado desde el propio estado que debería promover la ciudadanía y no atenuarla.

Es curioso, porque no hay acto más protagónico del soberano que ejercer el derecho al voto. En los comicios, el poder vuelve a los ciudadanos y ejecutan su elección para conferir ni más ni menos que el poder a sus representantes. Y justamente en el día de la soberanía, este gobierno, como si fuera una mala broma, manda a los ciudadanos a tomarse el fin de semana largo.

“Hay que educar al soberano”, decía Domingo Sarmiento, a sabiendas de que la educación nos hace libres. Acá buscan sacarse de encima al soberano, no vaya a ser que tenga el tupé de ser libre y dejar de elegir a quienes lo empobrecen. En el fondo, más que viveza, es casi una admisión.

Como otro hecho escandaloso que por estos días parecemos normalizar: que hay que conseguir un ejército de fiscales porque sino, pueden robar una elección. Y más allá de que conmuevan los esfuerzos y los gestos cívicos de quienes se alistan para cuidar el voto, revuelve las tripas de asco y bronca, que, en medio de tanta corrupción, haya que sumar a la lista de ladrones públicos, a los ladrones de votos, dispuestos a hackear la democracia como si el poder fuera un coto de caza que simplemente les perteneciera.

Chocolate, el de las tarjetas, no es la excepción: la excepción es que lo hayan agarrado.