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Viernes, 22 Diciembre 2023 15:18

"Tiempo de Renacer"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas

En estos días estaremos celebrando la Navidad, que es en esencia la fiesta por un Nacimiento. La comunidad cristiana, mayoritaria en nuestro país, celebra el nacimiento de Jesús de Nazareth, que, con su mensaje de amor, y dando su propia vida cambió la historia de la humanidad hasta tal punto, que hizo incluso que el tiempo marcara literalmente un antes y un después de Cristo.

Entonces Navidad es nacer.

En estas semanas vengo presentando mi nuevo libro que se llama Tiempo de Renacer y la palabra nacer viene resonando fuerte en mis reflexiones, más allá de lo que esperamos cuando elegimos el nombre de la novela. Porque en ese momento no habíamos advertido que iba a salir a la luz en este tiempo de renacer de todos nosotros, por un año que se va y otro que comienza, pero fundamentalmente por la nueva etapa que vive el país, intentando recrear la esperanza en medio de una situación económica muy grave. Para todos es tiempo de renacer con los dolores que cuesta y las alegrías que trae.

Pero a diferencia de nacer, que es un acto vital de la naturaleza, podríamos decir que renacer es algo que queda en nuestras manos. De hecho, cuando uno busca en el diccionario de la Real Academia, “renacer” se explica como “volver a nacer”, pero se aclara que es en sentido figurado. Si se avanza en los sinónimos, el término aparece en función de resucitar, algo que escapa totalmente a nuestras posibilidades y nos devuelve al terreno de la fe. O aparece en una acepción biológica, como reverdecer o rebrotar que tiene que ver con el ciclo de las plantas, los cultivos, los árboles. Y que verdaderamente ocurre ante nuestros ojos, anoticiándonos de que en la naturaleza como en nuestra vida hay ciclos. Tiempos para preparar la semilla y tiempos para cosechar. Shakespeare habla de las semillas del tiempo, una figura muy bonita. Para los cristianos, renacer también puede significar el bautismo, que es nacer de nuevo en una vida espiritual.

Pero como les dije al principio, lo de volver a nacer, en sentido figurado como lo dice el diccionario, nos queda todo para nosotros y para intentar determinar qué sería en nuestras vidas, proponernos la tarea personal e intransferible de renacer. En una emergencia, alguien podría revivirnos, pero renacer, es algo que sólo podemos hacer nosotros.

Hay una época en la historia de la humanidad que lleva el nombre de Renacimiento, que precisamente es un hecho cultural de tales características que cambió los paradigmas y la visión del mundo a tal punto que alumbró el humanismo y le abrió el camino a la modernidad. Fue en sí mismo un fenómeno de varias vías, de alcance colectivo, pero su princioal motor fue el hambre de conocimiento y la liberación de ese conocimiento. Me gusta decir que el primer acto del Renacimiento fue sobrio y discreto pero absolutamente trascendente: la traducción de Platón del griego al latín. Ese hecho capital, ocurrido en Florencia, Italia durante el siglo XIV, junto con el rescate de volúmenes perdidos para conformar la Biblioteca más vasta jamás vista de Códices de la Antigüedad y la fundación de la Academia Neoplatónica se abriría paso al renacer de la cultura grecorromana y se produciría una reconciliación conmovedora: la del hombre clásico con el hombre cristiano, para ponerlo en el centro de ese nuevo universo. El hombre ya no sólo viviría en función de la vida después de la muerte, sino que podía ser artífice de su destino. Era la reconciliación de la carne y el espíritu, de lo material con lo abstracto, de lo bello con lo bueno. ¡Era el descubrimiento del individuo! El hombre ya no como sujeto de culpa sino como agente de cambio. Y la convicción de que no había nada que se propusiera que no pudiera ser logrado. Este proceso generaría una sociedad con una autoestima tal que, entre el bullicio de los comercios y el amor por la belleza, vería convivir en menos de tres décadas a Leonardo Da Vinci, a Miguel Angel Buonarotti y a Sandro Botticelli. Los florentinos como los griegos amaban la belleza y habían decidido que la belleza era buena. Quizas el segundo acto del Renacimiento está contado por el cincel de Donatello que esculpe el primer hombre desnudo desde la Antigüedad con su David, o por el pincel de Sandro Botticelli que pinta la primera mujer desnuda en tamaño real desde la Antigüedad cuando hace nacer a Venus. ¿O renacer? Son sublimes actos de libertad.

Los procesos donde el conocimiento se expande a toda la sociedad son fundamentalmente procesos de libertad.

El humanismo le permitió al ser humano liberarse de estructuras mentales dogmáticas, lo llevó a hacerse preguntas, a desarrollar su pensamiento crítico, a crear sin restricciones y a confiar en que todo es posible cuando el espíritu humano se lo propone. La libertad es lo que nos hace humanos, el libre albedrío lo que nos distingue como especie.

Pero en cada época vuelve a ser el desafío ser dueños de nuestro destino, encontrar un sentido y ser sujetos conscientes de nuestra libertad. En definitiva, somos herederos del Renacimiento, pero debemos merecerlo.

A veces las sociedades reaccionan cuando están en el límite y se construyen otra oportunidad. Descubren que la libertad no está garantizada si no se lucha por ella. La libertad de ser quien somos que ataca el terrorismo, la libertad de expresarnos, la libertad de prosperar con nuestro esfuerzo, la libertad para salir de la cárcel de la pobreza.

Pero hay una dimensión de esa libertad que es estrictamente personal y nos requiere pensarnos, preguntarnos quiénes somos, qué haremos ahora de nuestra vida, qué es lo más importante para cada uno de nosotros, y cómo seguir.

Vivimos un mundo que nos abruma con la tecnología, y a veces nos hace preguntar si seguimos siendo necesarios. Y vivimos en un país donde hace demasiado tiempo sentimos que las cosas se nos fueron de las manos. ¿Cómo convertir en potencia tanta impotencia? ¿Cómo convertir en autoestima tanta inseguridad forjada por continuas frustraciones? Por momentos la tarea parece titánica pero sin embargo como toda tarea su comienzo consta de un solo paso. Dicen que dar el primer paso es recorrer la mitad del camino.

Parecen cosas abstractas, pero hay algunas que no lo son. Desde que empecé a hacer presentaciones de mi libro, noté que el título, Tiempo de Renacer, resonaba especialmente en las personas, aún antes de la historia. Eso me llevó a hacer algo que empecé a repetir en cada presentación: pedirles a los presentes que se animaran a contar alguna experiencia de su vida en la que habían renacido. Y como pasó en Palermo, en Mendoza y en Rosario, todos terminamos emocionados o llorando. Un hombre que había perdido su hijita de cinco años, una mujer que había quedado sola para criar sus hijos, una pareja con una hija que había nacido con discapacidad pero que le decía sí a la vida con tanta fuerza, que era más poderosa que todos nosotros, una mujer que transitaba una grave enfermedad con la firme actitud de vencerla, o un médico que se curó de un cáncer que todos consideraban incurable y una chica a la que su padre había abandonado de bebe. En todos ellos estaba la fuerza del renacer. Coincidían en que se habla poco de estas cosas, pero todos sentíamos que luego de compartir estas historias, estábamos más fuertes, menos quejosos, y mucho más inspirados, viendo cómo de tantos dolores, más grandes que los nuestros se podía resurgir. Y que no era algo sobrehumano, sino simplemente humano. Estaba en nosotros.

La verdad es que mis lectores me vienen completando el libro que balbucea estas líneas al comienzo, cuando recuerda que “la vida tiende sólo a seguir su curso, a florecer hasta lo más conmovedor de su belleza. Pero a diferencia de una rosa o del vuelo excelso de las aves, somos nosotros, pequeños e ignorantes, los portadores del secreto sobre nuestro destino. Por eso, en la búsqueda, nacemos y renacemos. Y por eso, siempre es tiempo de Renacer.”

Estas palabras son mi pequeño presente y mi deseo de Navidad para todos ustedes. Que tengan su propio Tiempo de Renacer.