Desde chico sintió una atracción inexplicable por la Argentina:
“En todos los mundiales hinchaba por la Argentina. Yo no sabía qué tenía con este país, solo sabía que tarde o temprano iba a venir”.
Ese destino se concretó el 20 de mayo de 2009, cuando aterrizó de noche en Ezeiza. Venía del País Vasco, después de haber vivido en varios países de Europa. Traía algo más que una valija:
“Llegué con la mochila cargada de ilusiones y descubrí un país que me recibió y me dio oportunidades en lo personal, en lo familiar y en lo profesional. Hoy soy argentino adoptado”.
Con optimismo realista insiste en que Argentina sigue siendo un país de oportunidades:
“Ezeiza no es la puerta de salida; puede ser la puerta de entrada a la nueva inmigración. Con trabajo, capacidad y esfuerzo, este país puede ser uno de los mejores lugares del mundo para vivir”.
Pero también conoció las dificultades:
“Lo primero que me dijeron fue: ‘estás loco, viniste a cagarte la vida, rajá, vos venís del primer mundo’. Pero mundo tenemos uno solo, y la diferencia está en si elegimos vivir como víctimas o como protagonistas de nuestro metro cuadrado”.
En Argentina te necesita, firmado bajo el seudónimo Ignacio Campos —un gaucho del siglo XXI que simboliza valores como la confianza, la palabra y la creatividad—, Landeta pone el foco en lo que no suele salir en las noticias:
“Yo hablo de héroes y heroínas anónimas que no aparecen en los medios, pero que en sus comunidades generan valor, trabajo y sostenibilidad. Esas son las argentinas que me interesa destacar”.
Su mensaje es claro: reconciliación, confianza y futuro.
“Hay que mirar hacia atrás para hacer las paces con el pasado, no para discutirlo eternamente. Tenemos que hacernos cargo del presente y diseñar un proyecto de país que nos una a todos”.
Y propone un cambio de conversación:
“Hablamos mucho del quejido social, pero no del tejido social. La queja descarga, pero no construye. Cuando la transformamos en reclamo responsable y en soluciones, nos volvemos protagonistas de lo que sí podemos hacer”.
Con mirada crítica pero no cínica hacia la política, plantea:
“Necesitamos políticos que piensen no en la próxima elección, sino en la próxima generación”.
Y agrega un matiz fundamental: no se trata solo de los dirigentes, sino de cada ciudadano.
“La invitación es a que, en vez de destruirnos y atacarnos, empecemos a construir entre todos. No se lo dejemos todo a los políticos: cada uno tiene que hacerse responsable y condicionar a los dirigentes”.
Un episodio que invita a repensarnos: menos quejido, más tejido. Más confianza, más acción en el metro cuadrado de cada uno.
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