Capítulo 93: Mariana Gómez Badia
SANA QUIEN INSISTE
“¿Cuánto tiempo más te tiene que doler para animarte a cambiar?”
En un nuevo episodio de Clandestina conversamos con Mariana Gómez Badia, consteladora familiar, especializada en trauma, escritora best seller y artista.
Una mujer que llegó a las constelaciones creyendo que su problema eran los 120 kilos… y terminó encontrando su verdad.
A los 18 años entró a un taller convencida de que lo peor que le pasaba era su peso: el bullying, la vergüenza, no encontrar ropa.
Pero lo que parecía el problema… era el síntoma.
Frente a una facilitadora que no conocía su historia, apareció lo que nunca se había dicho en su familia: el duelo silencioso por el suicidio de su mamá cuando tenía nueve años.
Ese día entendió que comer era sobrevivir, que la delgadez estaba asociada a la muerte porque su mamá murió anoréxica, y que la comida —para ella— también era madre, nutrición y amor.
La pregunta que la partió fue simple:
“¿No será que cada vez que comés te estás intentando llenar del amor que te faltó?”
Salió distinta.
El cuerpo era el mismo, pero la historia no.
Desde entonces se formó en constelaciones, trauma y regresiones.
Aprendió a mirar su historia sin filtros, a aceptar vínculos rotos, a honrar a quienes la criaron y a entender que sanar no es olvidar: es ordenar.
Hoy acompaña a miles de personas y creó un formato propio: constelaciones en el teatro, un espacio donde la gente ríe, llora y se reconoce.
Siempre alguien le dice: “Ojalá hubiera hecho esto antes.”
Y ella responde: “La herramienta llega cuando estás disponible.”
Su próxima función es el 11 de diciembre en Teatro Bar La Plata.
En Instagram: @ecosdelalma.
En esta charla hablamos del autosabotaje, del piloto automático y del estado adulto: ese lugar donde uno deja de reaccionar desde la herida y empieza a decidir desde la conciencia.
“Después” se convierte en nunca.
El adulto piensa, frena y pone límites.
También hablamos de sus libros Romper el ciclo y Sana quien insiste: dos maneras de nombrar un mismo camino.
Dejar de repetir mandatos que no nos pertenecen y animarse a mirar lo que todavía duele.
Y queda una pregunta suspendida en el aire:
¿Cuánto tiempo más te tiene que doler para animarte a cambiar?





