Capítulo 94: Mabel Colman y Analia Quispe
¿QUÉ DEVUELVE LA CÁRCEL AL HOGAR?
Una condena no encierra solo a una persona: desordena a toda una familia que paga culpas que no le pertenecen. La cárcel también se vive puertas adentro.
Hoy, en un nuevo episodio de Clandestina, entramos en un mundo que casi nunca se mira de frente: el de la cárcel contada desde afuera. Desde las vidas que no están detenidas… pero igual cumplen condena.
En esta charla conversamos con dos mujeres que abren una puerta que duele mirar: Mabel Colman, que comparte su historia personal, y Analia Quispe, integrante de ACIFAD y voz fundamental para entender cómo viven las familias este sistema.
ACIFAD es la Asociación de Familiares de Personas Detenidas. Un territorio sostenido casi por completo por mujeres: madres, hermanas, parejas que hacen filas interminables, cargan trámites imposibles, viajan kilómetros y absorben culpas que no les pertenecen. Mujeres que aprendieron a sostener silencios que pesan más que cualquier reja.
En 2024, Benjamín Ávila llevó al cine la historia de la fundadora, Andrea Casamento, en La mujer de la fila, con Natalia Oreiro. Andrea pidió una sola condición:
“No quiero extras. Quiero que mis compañeras hagan de sí mismas.”
Porque nadie puede actuar algo que se vive todos los días.
Entre esas mujeres está Mabel.
Su hijo está detenido hace siete años en la Unidad 1 de Lisandro Olmos, en La Plata. Lo confundieron, lo acusaron de integrar una banda vinculada a varios robos y a un hecho con víctima fatal. Ella escuchó una frase que en Argentina se repite demasiado: “Es una causa armada.”
Chicos inocentes condenados mientras los verdaderos responsables siguen libres.
Su hijo recibió 30 años.
Y no: no es un caso aislado.
La mitad de las mujeres de ACIFAD tiene hijos presos por delitos que no cometieron.
Perpetuas, condenas desmedidas, preventivas eternas.
Porque cuando la justicia falla, la condena no cae sobre uno: cae sobre todos.
Y en ese “todos” hay un grupo que duele nombrar: los niños de la cárcel.
Por cada persona detenida, cinco quedan afectadas. Dos de ellas, menores.
Más de 600.000 personas viven hoy atravesadas por el sistema penitenciario.
Mabel tiene dos hijos: el mayor, detenido.
Y Fausto, de diez años.
Cuando todo empezó, él tenía tres. Para protegerlo, Mabel repetía: “Vamos al trabajo de tu hermano.”
Hasta que un día leyó un cartel: CÁRCEL.
Y la conversación imposible llegó como llega todo en estas historias: antes de tiempo.
Porque la cárcel no entra sola a una casa. Entra con preguntas que queman:
¿Qué digo en el trabajo?
¿A quién le cuento?
¿Si digo la verdad me despiden?
¿Cómo acompaño a un hijo sin romper al otro?
Para las familias existen tres tiempos:
El allanamiento, donde todo es caos.
El juicio, donde el futuro queda reducido a un número.
La libertad, ese día tan esperado… como desorientador.
Te devuelven a tu hijo con un papel y un pasaje.
Pero nadie pregunta qué vuelve —y qué no vuelve— a ese hogar después de tantos años.
Mabel sigue en el segundo tiempo.
Y aun así sostiene una certeza que no negocia: “Mi hijo es mi héroe.”
Esta es su historia.
Y también la historia de cientos de mujeres que cada semana hacen la fila bajo el frío, el sol o la lluvia. Mujeres que sostienen, acompañan y resisten en un sistema que las prefiere invisibles.
Porque la cárcel no encierra a uno.
Encierra a un país entero que todavía no sabe qué hacer con quienes esperan afuera.
Para conocer más sobre el trabajo de la asociación y sus programas de acompañamiento:
ACIFAD — Redes oficiales
Instagram: @acifad_





