Eliminar la repitencia en el secundario no significa eliminar las causas por las que los chicos repiten. Es como si se eliminara los termómetros para eliminar la fiebre. O peor, como si se eliminara los tratamientos médicos, para asegurar que no hay enfermos. Ajustar la realidad a las fallas es institucionalizar las fallas.
El estado fallido bonaerense se apresta a simular que los chicos sí aprenden porque de ahora en mas no repetirán el año. Y el secundario discurrirá en rezagos, acumulando pendientes, y bajando perniciosamente el nivel de exigencia en un sistema que ya redunda en pésimos resultados.
Así, la provincia de Buenos Aires recuerda que viene del pasado perpetuo kirchnerista donde lejos del mérito, el populismo educativo busca salvar sus propios fracasos maquillando la falta de aprendizaje de los chicos. Condenando a los más necesitados a no superarse, estratificando sus desventajas, en vez de convertir a la formación en el trampolín para superarlas.
Por dar el ejemplo directamente opuesto, al comenzar este año, el flamante gobernador de la provincia de Santa Fe Maximiliano Pullaro tomó como primera medida de su administración eliminar la no repitencia.
“La no repitencia era un atajo para mostrar que los chicos terminaban la escuela cuando en realidad terminaban sin saber”. Para el gobernador radical para priorizar el aprendizaje “hay que poder evaluar a los chicos y que no sea todo lo mismo”. Algo tan básico, se les quita como posible y se hace una prisión de sus circunstancias.
En su libro El gran Simulacro, El Naufragio de la Educación Argentina, la experta Guillermina Tiramonti, encuentra los orígenes del retroceso en la reacción del estado ante el aumento de la pobreza luego de la crisis de 2001. “Se transformó la educación pública en una red de contención social más preocupada por sostener y asistir que por incluir a las nuevas generaciones en los saberes de la cultura acumulada. Ella afirma que, “bajo el slogan del derecho a la educación, se concentran los esfuerzos por incluir la mayor cantidad de jóvenes en la secundaria y el derecho se limita al derecho a ir a la escuela”. Se aplica una “pedagogía compasional” que reemplaza al “principio del mérito” y “se valora las capacidades asistenciales de los docentes por sobre sus valores profesionales”. Así estamos. Si observamos los números alarmantes sobre la ínfima cantidad de jóvenes que termina en tiempo y forma el secundario o cuán pocos de los que llegan a esa meta comprenden siquiera lo que leen, podemos decir que los resultados del experimento asistencialista fueron nefastos. Ahora con la medida que toma la provincia de Buenos Aires, quizás la estadística de los que terminan el secundario mejorará, pero porque ocultará las alertas de la incapacidad para poder alcanzar los objetivos, porque relajará las metas, porque propondrá lisa y llanamente la resignación. Así, la igualdad de oportunidades que ofrece la educación como recompensa, quedará sellada por una desigualdad decidida burocráticamente.
A partir de 2003, dice Tiramonti, se flexibilizó lo que se dio en llamar el régimen académico de la secundaria, es decir el conjunto de pruebas o exámenes que un chico debe pasar para promover de un año a otro. Eso ya redundó en un desastre. Ahora el desastre tendrá una pátina más de maquillaje, y la llegada a la universidad volverá a detonar la alerta, si es que esos chicos llegan.
En el mismo libro, la autora da el ejemplo de Carlos Tevez, que al contar su historia escolar recordó que había salido sin saber leer y que eso le traía muchísimas dificultades. Ya como director técnico, el ex futbolista extendió el mensaje a los chicos que dirigía por el grave cuadro que había encontrado entre sus jugadores.
¿Quién se hace responsable de lo que vivan estos chicos en la realidad cuando salgan del secundario con títulos que valen cada vez menos en saber, aunque hayan mejorado las estadísticas de gobiernos incapaces? Ellos son las primeras víctimas del fraude.